Sin referencia alguna a la película --Somewhere in Time protagonizada por Christopher Reeve en 1980--, tomo prestado el título que tuvo en español para marcar un punto elemental, sin el cual no podríamos entender nuestra nueva realidad: vivimos un momento histórico de grandes retrocesos. Esto es, la gran promesa política de nuestro tiempo es la del regreso a un pasado idílico que, por cierto, nunca existió.
El caso paradigmático es Estados Unidos de Donald Trump y su MAGA (Make America Great Again) como una apuesta en la que los Baby Boomers que siguen con vida --algo así como 76.4 millones de personas-- intentan revivir infancia y juventud. Esa versión maniquea de un mundo bipolar en la que los chicos de sombrero blanco daban felizmente sus vidas luchando por la libertad y la democracia.
Pasado el shock provocado por su contundente victoria en las pasadas elecciones presidenciales, me quedo con una de las dos grandes explicaciones sobre el momento emocional que vive ese país (la otra supone la existencia de una sociedad mayoritariamente embrutecida): agobiados por el peso de sus propias experiencias y el desencanto económico personal con el sueño Americano, muy amplios grupos de electores optaron por mirar hacia el futuro en el espejo retrovisor.
Lo que en términos formales sería el regreso a los nacionalismos radicales como una especie de escape emocional, en los hechos marca la vuelta de una narrativa excluyente --Make America White Again--, aislacionista y autoritaria que, supuestamente, les devolverá su condición imperial.
Por supuesto que el caso sería aún más claro si consideramos el proyecto político de Xi Jinping de recolocar a de China como el centro de la civilización, como efectivamente lo fue a lo largo de buena parte de la historia. Luego de lo que allá conocen como "el siglo de la humillación", la nueva dinastía encabezada por la cúpula de su Partido Comunista encontrará en Mr. Trump a un enemigo fácil de torear.
Eso, sin olvidar el evidente retroceso que representa el régimen de Vladimir Putin y su apetito de dominación mundial.
Ni modo, diría la clásica, "aquí nos tocó vivir". Un poco como el rebote de varias décadas de expansión económica global que benefició, sobre todo, a ese minúsculo grupo de los ultra-ricos y a las empresas con valor financiero a partir de un digito y doce ceros. Esto es, los intereses a los que sirve el próximo presidente de Estados Unidos.
En cosa de semanas comenzará la oda al capitalismo salvaje --esa expresión que al final de su vida condenó el Papa polaco. Una especie de darwinismo social acelerado en el que se celebrará la fuerza del dinero y el poder y se condenará a los más frágiles y a los diferentes.
Los enemigos están claramente en la mira: en lo social, los inmigrantes y todo aquel que intente cuestionar el nuevo traje del emperador. En lo internacional, China será el adversario principal, Ucrania una víctima colateral del regreso al viejo orden y México un punching bag fácil para lucimiento del Mr. President.
Todo, o casi todo, en beneficio de una especie de mayoría silenciosa de los países más ricos. Una audiencia atrapada en sus egoísmos, sus miedos y la fascinación de poder detener --o incluso, retroceder--, el reloj de la historia. Algo perfectamente posible en el mundo del cine o en los multiversos que leíamos en los comics de la segunda mitad del siglo pasado. Pero solamente ahí. Lo verdaderamente peligroso ocurrirá cuando explote la burbuja de esta nueva ilusión.