Los modelos productivos en los sistemas alimentarios de América Latina y el Caribe (ALC) se basan mayormente en la abundancia de recursos naturales y en el uso de mano de obra poco calificada. El resultado es una agricultura poco diversificada, escaso valor agregado y en el caso de bienes exportables, son en su mayoría de bajo contenido tecnológico. Estos modelos tienen como único objetivo la producción de alimentos y la exportación.
Podemos afirmar que “Sin agricultura no hay comida”. Esta consigna, verdadera, debe enfrentarse con una realidad en la que muchos de los problemas medioambientales están y estarán relacionados con la agricultura. Esta actividad utiliza más de un tercio de la superficie total, consume prácticamente tres cuartos de los recursos de agua dulce y genera casi la mitad de las emisiones de gases de efecto invernadero de la región.
El rápido crecimiento del sector se produjo a expensas de la degradación del medio ambiente y probablemente estos sistemas, que no son sustentables, deberán cambiar de rumbo hacia sistemas agrícolas que posean la verdadera opción de alcanzar sustentabilidad ambiental y garantizar los llamados servicios ecosistémicos con capacidad de resiliencia climática.
Deberemos tomar en cuenta que ALC posee una economía en la que el peso de la actividad agropecuaria es de importancia, siendo un motor clave para alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Según el Banco Mundial, este sector representa entre 5 y 18 por ciento del PIB en 20 países de la región, y una proporción aún mayor si se tiene en cuenta la contribución más amplia de todos los sistemas alimentarios.
Además, y a pesar de fenómenos como la migración rural y la urbanización, la mano de obra en el sector agrícola, el sistema alimentario en general sigue representando entre 15 y 20 por ciento de la mano de obra formal y en muchos de los países de la región, la informalidad es quizá la forma de contratación más rutinaria del sector. Estas cifras, además, incluyen una amplia mayoría de trabajadores que pertenecen a las poblaciones más vulnerables del continente.
De aquí la pregunta de cómo debemos producir alimentos para dar no solo soluciones a la demanda global. Es claro que la agricultura y los sistemas alimentarios en ALC poseen una participación fundamental en los modelos de producción y desarrollo que deben ser parte de una visión holística que incluya el crecimiento económico, la reducción de la pobreza, la seguridad alimentaria y nutricional, así como la resiliencia climática.
Es probable que una de las maneras más efectiva que los expertos recomiendan para poder seguir produciendo bajo las condiciones que nos impone el cambio climático es la agricultura climáticamente inteligente. ¿Qué es eso? Según la FAO, es un enfoque que permite al agricultor aplicar sistemas de manejo y tecnologías para alcanzar el aumento sostenible de la productividad y los ingresos, adaptarse al cambio climático (resiliencia) y paralelamente disminuir las emisiones de gases de efecto invernadero.
En realidad, la agricultura climáticamente inteligente no es distinta de la sostenible; más bien es una forma de combinar varios métodos para abordar los desafíos climáticos específicos de una comunidad agrícola particular y así permitir la transición de una tradicional a sistemas de producción más eficientes y respetuosos del clima. Sin embargo, debe ser claro que el crecimiento sostenido de la productividad depende de que los agricultores adopten un flujo constante de nuevas prácticas y tecnologías que les permitan aumentar la productividad, gestionar los insumos de producción, mejorar la calidad y conservar los recursos naturales.
La rápida expansión del acceso a las nuevas tecnologías digitales de la información y la comunicación en todo el mundo ofrece nuevas modalidades para el desarrollo y la difusión del conocimiento.
Es paradójico que sabiendo que la investigación y desarrollo de tecnologías y su posterior adopción son de gran rentabilidad, este proceso está estancado en aquellas regiones con mayores necesidades de transformación de la agricultura.
Se hace imprescindible que las políticas agrarias y los incentivos sean considerados para cada región con las características de la población y su grado de vulnerabilidad, lo cual es más que fundamental en ALC.
Las políticas agrarias deberán tener en cuenta que invertir en investigación y desarrollo deberá ir de la mano con sistemas de transferencia de tecnología y aumento de las capacidades de los agricultores. Es decir, que la aplicación exitosa con el objetivo de mejorar las prácticas agrícolas y adopción de tecnologías depende obviamente del flujo de información, calidad del mensaje y su relevancia para el agricultor local. Todo esto acompañado de un profundo mejoramiento al acceso financiero para la adquisición de las tecnologías por parte de los agricultores.
El uso de nuevas tecnologías y sistemas de manejo permitirá al agricultor reducir sus costos, acceder rápidamente a la información, facilitando el aprendizaje y transformando los sistemas productivos en más eficientes y sustentables.
Daniel Werner
* Director del Departamento de Relaciones Exteriores y Cooperación Internacional del Ministerio de Agricultura y Desarrollo Rural de Israel.www.wenerdaniel.com