No son los 30 pesos del pasaje

  • Columna de Daniela Pacheco
  • Daniela Pacheco

Ciudad de México /

La simultaneidad de las crecientes movilizaciones en diferentes países de América Latina no es una coincidencia, sino el resultado, ya probado décadas atrás, del desastre de los gobiernos neoliberales que han desprovisto de derechos y libertades a sus ciudadanos, y han convertido sus programas de gobierno en vulgares y extensivos proyectos de privatización.

La aplicación de recetas del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial como reducir la protección social al máximo posible; la promoción de sistemas educativos selectivos; condonaciones fiscales a los grandes empresarios que además se coluden para establecer precios a su antojo; el retiro de subsidios a las clases populares; la desregulación en la explotación de recursos naturales, entre otras medidas, con la idea de que el mercado haga lo suyo con la mínima presencia del Estado, fracasó, una vez más.

Y no podría ser de otra manera en la región más desigual del planeta. Si bien es cierto que enfrentamos una recesión económica en todo el continente, la ausencia de proyectos ideológicos propios que defiendan a las grandes mayorías y pongan al ser humano en el centro de la política pública, nos ha llevado a este desastre. Al neoliberalismo y a la derecha les está yendo muy mal, aunque los oligopolios de comunicación y las instituciones internacionales defensoras de los Derechos Humanos se nieguen a llamar las cosas por su nombre y les atribuyan las manifestaciones a 30 pesos de alza en los pasajes, unos cuantos mal comportados en las avenidas, y a presidentes y expresidentes comunistas, golpistas y conspiradores.

No hubo tal bonanza económica para todos al margen de adscripciones ideológicas, como prometieron. Recordemos que el ascenso de presidentes como Sebastián Piñera, Mauricio Macri y Jair Bolsonaro, se produjo en medio de una crisis regional de legitimidad del progresismo, con la premisa de que sus países necesitaban gestores y no políticos, y la promesa genérica a las clases medias emergentes, —a las que la izquierda sacó de la pobreza, pero con quienes perdió la capacidad de diálogo y representatividad—, de recuperar la prosperidad económica, castigar a los grandes corruptos y vencer la gran amenaza del populismo encarnada en ese monstruo llamado Venezuela.

Pero fue precisamente la ausencia de hacer política, de generar empatía con los dolores sociales y, peor aún, respuestas efectivas, la que tiene a los jóvenes que ahora conforman las nuevas clases medias precarizadas —de bajos sueldos, fuera de cualquier piso mínimo de protección y sin perspectiva alguna de hacerse a una pensión digna en el futuro—, asqueados de los abusos y luchando en las calles por recuperar sus derechos más básicos.

Esa misma incapacidad política de los gobiernos de derecha, de satisfacer dichas demandas o al menos de gestionarlas, se corresponde con el uso desmedido de la fuerza estatal y de mecanismos propios de las dictaduras como la aplicación de toques de queda, así como con el protagonismo creciente de las fuerzas militares, ante la falta de legitimidad de los presidentes para ejercer el poder y gobernar. Basta ver a Lenín Moreno en Ecuador o a Sebastián Piñera en Chile, firmando decretos en cadena nacional con toda la cúpula a sus espaldas.

Nos convencieron de la despolitización, de la superioridad moral de quienes se dicen no políticos, y de la privatización de los servicios públicos, como las únicas alternativas para superar la crisis de confianza en el Estado y en los líderes y partidos políticos tradicionales, y tampoco funcionaron. Lo cierto es que el período más próspero para América Latina se produjo entre los años 2000 y 2014, cuando 100 millones de personas salieron de la pobreza, y tiempo en el cual gobernaron presidentes progresistas en casi toda la región.

Proyectos políticos en marcha como el de Andrés Manuel López Obrador, o en construcción como el de Alberto Fernández en Argentina, han superado contradicciones de la izquierda latinoamericana como su ineptitud para interpretar las nuevas demandas sociales, al tiempo que plantean una intensa política social que protege a los más vulnerables y dota de capacidades a las clases medias y populares en contextos eminentemente neoliberales, en donde predomina lo público sobre lo privado, y el Estado retoma su rol regulador.

No hay recetas únicas, pero está claro que las aplicadas por los presidentes que nos ven como clientes y no como ciudadanos, no funcionan. Los nuevos gobiernos de izquierda plantean paradigmas rescatando lo bueno de lo viejo, de lo que funcionó, y esbozando nuevas soluciones, conscientes de la resistencia ideológica de las nuevas clases medias, pero también del papel protagónico e imprescindible del Estado en la construcción de sociedades más equitativas.

* Comunicadora Social y Periodista. Especialista en Cooperación Internacional y Proyectos para el Desarrollo. Jefa de Comunicaciones de la Conferencia Interamericana de Seguridad Social.

Más opiniones
MÁS DEL AUTOR

LAS MÁS VISTAS