Terra patria, decían los romanos, la tierra o el lugar de nuestros antepasados (“patres”). La patria, el punto de partida común que nos hermana, aunque se le asocia con otras palabras que la convierten en un bisturí que nos separa, como la frase “traición a la patria” dirigida a cualquiera que tenga una visión distinta sobre la patria.
Me entristece constatar en este mes de la patria, el mes que nos debe recordar nuestro origen común y nuestra hermandad, la incapacidad que tenemos para construir acuerdos. Leyendo recientemente a Mark Kurlansky, que escribe sobre el pacifismo, me pregunto si algunos de los mecanismos para llevar a la guerra a los pueblos no están presentes también en la política mexicana.
“La maquinaria propagandística del odio siempre funciona para fomentar la guerra. Antes de que la gente acepte la guerra, hay que convertir al adversario en un demonio” dice Kurslansky. “Lo importante en el origen de muchas guerras”, añade, era lograr que “resultara inadmisible no odiar al enemigo, una vez que se había decidido quién era este” Gran parte de las discusiones, al menos como aparecen en las columnas de opinión, no procuran los análisis técnicos, minuciosos, sino la búsqueda de las intenciones aviesas del enemigo sea para mantener el estatus quo o para resistirse al cambio. Porque como leía alguna vez por ahí: “es más fácil buscar enemigos que buscar soluciones”.
No hay espacio para la argumentación, porque no hay caminos intermedios: con nosotros o contra nosotros. Si el oponente vota disciplinadamente con su partido es un levanta dedos abyecto y servil. Si el militante de nuestra causa vota disciplinadamente es congruente y patriota. Al revés: si el oponente vota libremente y favorece a nuestra causa, es un hombre congruente y si el nuestro se separa de la directriz del partido es vendepatrias.
Antes de escuchar las ideas se hace un ejercicio para ubicar al emisor en una de las dos banderas, y se escucha solo al que sabemos de antemano que arrimará leña a la pira en la que debe arder el enemigo. Y así llevamos más de un lustro en el que unos nos ofrecen un paraíso, que no llega, y otros anuncian un apocalipsis, que, afortunadamente, tampoco se presenta. Ellos arrojaron la primera piedra, acusan siempre los contendientes, pero a lo largo de la historia, los que van a la guerra tienden a convertirse en un reflejo de sus enemigos.
La paz es frágil y la guerra es resistente. Una vez que se disparan los primeros tiros, quienes se oponen a la guerra misma son también acusados de traidores. No es que en esta patria nuestra estemos, literalmente, en una nueva guerra, pero la virulencia y polarización de los discursos dominantes podrían, con un poco de combustible, derivar en algo grave.
¿Podremos hacer un alto, y con mucha imaginación, empezar a desmontar esta escalada de violencia y construir algo nuevo con el concurso de todos? Eso sí sería verdaderamente patriótico.