Me van a perdonar, pero yo veo los años que vienen con esperanza. Sé que muchos se empeñan en anunciarnos el apocalipsis, pero yo tengo esperanza y creo que no es gratuita. Antes de que se vayan, déjame dar razón de esa esperanza.
En primer lugar, estar gobernado por tres mujeres en línea me ilusiona mucho. Sé que no por ser mujeres harán todo bien, pero creo que habrá cosas que empezarán a ir mejor, o al menos que se podrán explorar rutas diferentes, y que la sororidad ayudará a restaurar muchas brechas.
Pero vamos más allá de ellas, porque al final, lo que pasa en un país depende de todos los que vivimos en él, de lo que hacemos y lo que dejamos de hacer. Tengo mucha esperanza en los jóvenes. Creo que, aunque el estereotipo nos dice que a los jóvenes no les importa la política, lo que veo es que no les importa “nuestra” política. Veo a muchos interesados por causas y con una conciencia cada vez mayor para pensar en formas diferentes de vivir. A veces eso no se traduce en acciones concretas, pero sí va marcando prácticas sociales, como, por ejemplo, formas de consumo más responsables y prácticas para ejercer el voto menos corporativistas.
Tengo esperanza porque creo que el principal problema de este país es la pobreza y la desigualdad. Que la inequidad atraviesa todos los demás problemas: la violencia se ceba en los pobres, el cambio climático (los desastres naturales) les pegan más a los pobres, la corrupción la sufren diferente los pobres… Y digo que tengo esperanza, porque, con todos los agravios y toda la ponzoña que el presidente saliente deja a su paso, el problema de la pobreza sí empezó a mejorar. Y quizás lo más importante no son los más de cinco millones de personas que salieron de la pobreza, sino el hecho de que, después de tres décadas de ver incrementar a los pobres, y de verlos como si fueran parte del paisaje, se abren posibilidades para imaginar un país sin tanta desigualdad. Y esto no es solo un asunto que competa a los gobiernos: alimenta mi optimismo la visión de cada vez más empresarios a nivel nacional que reconocen la necesidad de empezar a pagar bien, de hacer posible la prosperidad compartida.
Tengo también esperanza porque veo que las organizaciones de la sociedad civil se mantienen, y quizás crece la conciencia sobre el papel que juegan en la vida pública, y en Guanajuato, en concreto, empiezan a convertirse en un sujeto colectivo.
La realidad es muy compleja. Hay muchos interesados en presentarnos como único futuro los nubarrones negros que asoman en el horizonte. No se trata de ignorarlos, pero al mismo tiempo podemos alentar la visión de otras nubes que traerán una lluvia mansa, nutritiva, y, sobre todo, nos recordará nuestra capacidad para capear los temporales.
Yo sí tengo esperanza, qué le vamos a hacer.