Se puso de moda decir que vivimos en la época de la post verdad y que la proliferación de las diferentes perspectivas y los otros datos a través de las redes derivaron en un relativismo generalizado que sepultó la posibilidad de una verdad compartida. A eso entonces —dicen los que defienden esta tesis— habría que atribuir la sinrazón imperante en nuestra conversación pública. Es una explicación fácil pero que oculta una vieja verdad: se dicen mentiras para ocultar las verdaderas razones porque estas son inconfesables, incómodas y disruptivas.
Ejemplos sobran. El martes, la Universidad Nacional Autónoma de México nos avisó vía un comunicado que el quinto Tribunal Colegiado Federal en materia administrativa le había notificado en definitiva que no podría informar sobre los resultados de la investigación que hizo su Comité Universitario de Ética para determinar la autoría de la tesis de la alumna Yasmín Esquivel (hoy ministra de la Suprema Corte), es decir, si hubo plagio o no. La UNAM anunció que acataba la decisión del Tribunal no sin quejarse por la intromisión flagrante en sus procesos internos, por la vulneración de su autonomía y por lo que consideró un atentado contra la libertad de expresión y al derecho a saber. A este comunicado de la Universidad le siguió un tuit de la ministra que sin rubor alguno escribió: Hoy queda aclarado y concluido lo que fuera un infundio. No. Lo que queda claro es que la ministra logró que la Universidad no pudiera hacer público su análisis sobre la autoría de su tesis. ¿Qué le permite expresarse con ese cinismo y mala fe? Saberse respaldada por el poder.
Otro ejemplo que parte de este mismo patrón. En Estados Unidos el tema de la migración se discute desde hace décadas. ¿Acaso es un asunto irresoluble para ese poderoso país? No. Es un debate de mala fe. Todos tienen la información suficiente, pero la disfrazan cuanto pueden para mantener el statu quo. Lo sintetiza Scott Galloway, maestro de negocios de la Universidad de Nueva York, de forma impecable: la migración ilegal es un gran negocio que ha garantizado que empresas y patrones de varios sectores de la economía de ese país cuenten con mano de obra barata y obtengan en consecuencia grandes beneficios. Su conveniencia sólo se sostiene justamente porque es ilegal. El Estado siempre ha tenido la posibilidad de desincentivar esta migración imponiendo multas prohibitivas a los empleadores que utilicen mano de obra ilegal. Si nunca lo han hecho es porque es bueno para la economía y para la competitividad por lo que se limitan a administrar el tema: sacan ventaja del bonus demográfico a bajo costo, pero se reservan cualquier acción para cuando los estadunidenses de bajos ingresos y poca preparación, ellos sí muy afectados por la competencia que les representan estos migrantes, se inconformen. Ahí estamos. Ya veremos a quién representa realmente Trump.
Un último ejemplo: la reciente reforma al Poder Judicial. Nunca se escucharon argumentos convincentes para sostener, ni desde la mayoría, que esta era la mejor manera de reformar al Poder Judicial. ¿Por qué? Porque el asunto de fondo es también un asunto de poder.
No vivimos en realidades alternas, es la misma. Las mentiras y el cinismo sólo sirven para disfrazar y envolver mejor los intereses (permanecer en el puesto) y actos predatorios (usar la fuerza sin disimulo) de los más fuertes. Nada más, nada menos y nada nuevo.
[1] “Es la economía, estúpido”, frase del estratega de Bill Clinton en la campaña a la presidencia de 1992 para enfatizar que el tema definitorio en el que había que enfocarse era el económico.