Nada es más revelador que ciertos gestos, en apariencia mínimos, pero que resultan extraordinariamente clarificadores y que sobresalen dentro de la cacofonía de imágenes e información que nos inunda. Algunos mueven a risa o a espanto, pero no se olvidan. Se nos quedan grabados porque colocan a cada uno en su lugar y nos explican, como pocas cosas, el mundo en el que estamos viviendo.
Lección uno: el estado de la democracia en Estados Unidos. Se nos presentó a Joe Biden como el adalid de la decencia frente a la barbarie de Trump. Cuando ganó la presidencia de Estados Unidos en 2020, se habló del regreso de la civilidad, de la mesura, del respeto a la ley y a las instituciones. He aquí un hombre aburrido, afortunadamente aburrido que regresaba a poner en alto los valores de los padres fundadores. Pues resulta que, como gesto de despedida, decidió indultar a su hijo Hunter frente a las acusaciones que pesaban en su contra por posesión de armas, mentir sobre su consumo de drogas y por no pagar impuestos. El presidente de Estados Unidos, su padre, lo perdonó y blindó contra cualquier acusación que exista en su contra por hechos cometidos entre 2014 y este pasado fin de semana. Un amplio perdón que había prometido públicamente que no haría, pero claro, entonces buscaba la reelección. Trump ya no es una desafortunada anomalía, sino el único que dice abiertamente y sin tapujos lo que otros hipócritamente tratan de ocultar. A los seguidores de Trump se les debe haber dibujado ayer una sonrisa de satisfacción en la cara. Y que quede claro, los Trump y compañía no surgieron de la nada, son el producto de estos Biden y compañía que les abrieron una inmensa avenida rumbo al poder, desprestigiando y burlando los principios que decían defender.
Lección dos: cuidado con la soberbia. No acaba de llegar una nueva élite al poder en nuestro país, cuando ya algunos demuestran palmariamente el mareo que los halagos y el oropel les está causando. Pedro Haces, el vicecoordinador de la fracción morenista de la Cámara de Diputados, le dio una entrevista al periódico El País y declaró: “Cuando una estrella brilla, todo el mundo la quiere apagar, pero conmigo no van a poder” (por si a alguien se le escapa, él es la estrella que llegó, no la presidenta Sheinbaum). De su amigo Ricardo Monreal dice que es el Reyes Heroles de nuestros tiempos, nada menos. (Jesús Reyes Heroles, teórico y político mexicano, sus Obras Completas abarcan ocho tomos publicados por el Fondo de Cultura Económica). Ricardo Monreal ya nos pidió que nos acostumbremos a verlo viajando en helicóptero, aunque luego lo mandaron a arrepentirse, y Adán Augusto se burló de la oposición diciéndoles que cuando menos en 50 años no veía que la oposición fuera a alcanzar una mayoría calificada que pudiera revertir las reformas que Morena y sus aliados están pasando. Son algunas de las perlas verbales que destacan y que se van a quedar. Como se quedó en la memoria “El orgullo de mi nepotismo”, dicho socarronamente por un López Portillo que se sentía invencible cuando hablaba de su hijo; o el “Ni los veo ni los oigo”, extraordinario resumen del carácter autoritario de Carlos Salinas, o el “No traigo cash”, monumento a la insensibilidad de Zedillo. Parecen dislates, pero en realidad son descripciones fidedignas de quien las emite. Los borrachos dicen la verdad. Y aquí hay varios a los que se les están pasando las copas del poder. Recordemos que el tiempo termina siempre poniendo a todos en su lugar.