El deseo sin acción es ilusión

Ciudad de México /

Ante las calamidades que frenan el desarrollo nacional y frustran el destino de millones de seres humanos, preguntémonos ¿por qué, si la política es, teóricamente, toda actividad humana eminentemente generosa que procura el bien común, en la realidad se le llama igual a la lucha cavernaria y fratricida para dominar y enriquecerse?

¿Por qué, si la política debe ser la avenida ancha y luminosa por donde todos vayamos en pos del bien de todos, es el escenario de reyertas interminables donde florecen la incompetencia, el deshonor y la traición?

Las respuestas deben ir a la raíz de esa oprobiosa realidad y no refocilarnos con la estupidez de que “el pueblo es bueno y sabio y nunca se equivoca”.

Es axioma que la calidad ética y cultural de una nación determina la calidad de su política y de sus políticos, ya que estos son producto y fiel reflejo de la sociedad en la que actúan. Es cretino pregonar que el pueblo es víctima de su pasado y su presente, pues así no habrá rectificación ni superación posibles.

Quienes dan su voto por hambre son ciudadanos injusta y dolorosamente mutilados; y los indiferentes y cobardes (lamentable mayoría) son escoria que encumbra a los mafiosos.

No hay grandezas ni miserias surgidas exclusivamente de la vida pública, pues todas tienen sus raíces en el comportamiento social. Que los gobernantes tengan mayor capacidad para hacer el bien o el mal es otra cuestión.

Muchos que arriban a la política partidista con sincero propósito de servicio se hunden en el mismo lodazal que repudiaron, por no haber consolidado su propia vida ni haberse ganado honradamente el sustento con un trabajo ajeno a la política militante. Si su destino (personal y familiar) lo hacen depender de su “éxito político”, sus decisiones quedan fatalmente subordinadas para lograr ese fin, y, por ende, terminan chapoteando a la deriva y degradándose en el mar de corrupción que finalmente los engulle.

Pensando sobre todo en la juventud, insistiré mil veces en la gran diferencia que hay entre participar activamente en política, y vivir de la política.

Quien no se haya ganado la vida honradamente, en actividades privadas o meramente burocráticas, difícilmente será buen gobernante; porque si no ha producido nada para sí, menos lo podrá hacer para otros. Por eso los llamados “luchadores sociales” suelen ser garrapatas presupuestívoras.

Si en nuestros hogares y escuelas no se inculcan el concepto del honor, el respeto a los demás y los valores éticos y cívicos indispensables para vivir cordialmente en sociedad, ni educamos a nuestros hijos para el trabajo lícito, la política seguirá siendo dominada por barbajanes.

En la doliente realidad de México y del mundo de poco sirve desear para todos un ¡Feliz Año Nuevo!, debemos comprometernos en el esfuerzo común para merecerlo.

  • Diego Fernández de Cevallos
  • Abogado y político mexicano, miembro del Partido Acción Nacional, se ha desempeñado como diputado federal, senador de la República y candidato a la Presidencia de México en 1994. / Escribe todos los lunes su columna Sin rodeos
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