Parranda, indiferencia y desolación son tres realidades al inicio del nuevo gobierno:
1) Quienes obtuvieron 36 millones de votos (de un padrón con más de 98 millones de electores) viven una francachela que suponen eterna y sin resaca. Sus tropelías las justifican repitiendo ad nauseam que sólo cumplen con el mandato popular. Afirman que el pueblo los sobrerrepresentó en el Congreso, les ordenó arrasar al Poder Judicial y a los órganos autónomos y colonizar al INE y al Tribunal Electoral para decidir ad perpetuam el destino nacional. La rutilante emperatriz dijo que el pueblo de México ya está listo para iniciar la construcción del segundo piso de la cuarta transformación. Para ellos no existe (ni existirá) disenso alguno que merezca atención y respeto.
2) A la par, a gran parte de la población le importa un bledo la democracia, la división de poderes y la vida republicana; no advierte que el nuevo gobierno está conculcando sus derechos fundamentales y que los dejará en absoluta indefensión al ser atropellados. Pasa por alto que los servicios que debe proporcionarles el Estado (en educación, salud, seguridad y muchos otros) se degradan a diario. También le vale un bledo que Tartufo aumentó la deuda pública como ningún otro presidente en la historia de México y que la economía decreció respecto de los tiempos “neoliberales”. Su lógica es simple: todos los políticos son corruptos pero al menos el tartufo “se acordó de los pobres y les dio apoyos sociales” (aunque aumentó el número de mexicanos en pobreza extrema). Se resignan, pues, a sobrevivir miserables y sumisos.
3) Otra parte de la población vive alarmada por los destrozos que están cometiendo unos chivos en cristalería encaramados en el gobierno. Sufre al no saber qué hacer ni cómo organizarse para defender a su patria de esos maleantes, y no ve líderes fuertes ni confiables a quienes seguir; vive dolida y desolada.
Es enorme la tarea para frenar la inicua destrucción nacional, y no hay soluciones rápidas ni fáciles. Reconozcamos que no tenemos valores cívicos y políticos firmes, que nuestra solidaridad aparece por unos días ante las catástrofes; que sólo se levantan voces valientes de grupos directamente afectados por algún atropello, como pasa con el Poder Judicial. Salvo en momentos muy luminosos, la desunión nos ha caracterizado en toda nuestra historia. Las reyertas y los resentimientos son divisas de la casa.
Por eso es urgente repudiar odios y deseos de venganza, superar la frustración y el secular sometimiento; sustituyéndolos por propósitos superiores, cargados de alegría, de fuerza creadora y de gratitud a la vida, comprendiendo que si nosotros cambiamos para bien, mereceremos un México con sana convivencia, porque los perversos dominan impunemente sólo donde hallan víctimas agachonas.