Pregón vigente

Ciudad de México /

Con el título “Nada se gana con lloriqueos”, la semana pasada expresé aquí las tres realidades que según mi observación campean en la vida nacional: una de ellas es la parranda que viven los chivos (y chivas) en cristalería recientemente encaramados en el gobierno; la segunda es la apatía cívica y política de la mayoría de los ciudadanos; y la tercera es la consternación que expresan en voz baja cada día más mexicanos, sin saber qué hacer y esperando que aparezca un caudillo vengador.

Estas tres formas de vivir el presente son fácilmente explicables:

Por cuanto a los primeros, corresponde fielmente a su cavernaria catadura que después de luchar muchos años por hacerse del poder político, al llegar a la cumbre despotriquen soberbios, desafiantes y locos. Con sólo 36 millones de votos (de los 96 millones de ciudadanos inscritos en el padrón) tienen la cachaza de vociferar urbi et orbi que el pueblo de México les dio su confianza, el poder y la gloria per sécula seculórum, y cuanto deciden para perpetuarse en el pináculo deviene del mandato popular. Toda disidencia es condenable y perseguible porque implica traición a la patria.

Los ausentes de la vida pública siguen la inveterada y muy mexicana costumbre de ignorar sus deberes de seres sociales. Su baja autoestima los lleva a vivir de rodillas, pero con una agravante novedosa: antes se escuchaba decir cínicamente a muchos de ellos “a mí no me den, nomás pónganme dónde hay”, y ahora, más degenerados, toleran ser llamados “mascotas agradecidas” que reciben limosnas del emperador o emperatriz en turno.

El tercer grupo es el de los dolientes, llorosos y estupefactos que andan buscando a un caudillo que los saque del infierno cuatrotero.

En tales circunstancias, es obvio que por algún tiempo México seguirá padeciendo la brutalidad del crimen organizado y la del crimen desorganizado hecho gobierno; pero 130 millones de mexicanos tenemos enormes energías para rescatar, más pronto de lo imaginado, el destino nacional. Bastaría, por ejemplo, que todos los ciudadanos ejerciéramos el derecho y cumpliéramos con la obligación de votar como lo establece la Constitución de la república. Si como sanción social se publicaran las listas de los abstencionistas, muchos millones serían cumplidos votantes.

La velocidad vertiginosa del mundo moderno obliga también a los jóvenes de hoy y del mañana a ser operarios del cambio anhelado, en beneficio principalmente de ellos, grabando en lo profundo de su alma el pregón que difundió en todo México hace 36 años Manuel de Jesús Clouthier, el Maquío, siendo candidato presidencial: “Sólo está derrotado el que ha dejado de luchar”.

Pd. La abominable reelección de la tan descalificada Piedra es otra pedrada más que arteramente arrojó Tartufo sobre los derechos humanos del pueblo de México.

  • Diego Fernández de Cevallos
  • Abogado y político mexicano, miembro del Partido Acción Nacional, se ha desempeñado como diputado federal, senador de la República y candidato a la Presidencia de México en 1994. / Escribe todos los lunes su columna Sin rodeos
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