Las mujeres somos desechables en una sociedad que perpetúa el discurso misógino hasta que escala a actos de violencia como el sufrido por Alejandra y su hija de un año de edad; ambas asesinadas por el padre de la bebé, quien vio en ellas un peligro para su vida matrimonial y su reputación. Ahora, Mariano “N” está vinculado a proceso por las muertes de madre e hija, un doble crimen que planeó por cuatro meses y concretó la semana pasada. Así, sin más, un hombre que una vez le declaró su amor, se convirtió en su feminicida.
Historias como esta se repiten todos los días en el país. De acuerdo con un informe de la ONU, el 70 por ciento de las mujeres asesinadas son víctimas de personas con quienes tienen o tuvieron algún vínculo sentimental o familiar.
Tan sólo en las últimas dos semanas, también clamamos justicia por Mónica, chiapaneca de 35 años y madre de dos hijos asesinada por su esposo; Leydi, de 19 años, abusada y apuñalada por su pareja en Puebla; María Antonieta, de 40, privada de la vida con un machete a manos de su ex esposo en Veracruz.
Sus fotografías e historias circulan en hilos de X, en publicaciones de Facebook e infinidad de sitios de noticias, y con la misma efervescencia con la que toman protagonismo en la discusión pública digital, desaparecen entre los diez asesinatos de mujeres diarios que se reportan en el país, y pasan a ser una cifra en un recuento de seguridad gubernamental que las oculta.
Los datos del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad revelan que solamente uno de cada cuatro asesinatos de mujeres son investigados como feminicidios, sin embargo, asociaciones feministas señalan que más del 60 por ciento de los crímenes contra ellas se da en un contexto de violencia de género; y al menos la mitad de las víctimas presentaron una denuncia contra sus agresores.
La negación de las autoridades de clasificar correctamente los casos de feminicidios abona a la invisibilización de una crisis que pone a las mujeres en una posición de vulnerabilidad y revictimización.
La erradicación de la violencia contra las mujeres debe abordarse de todos los frentes: concientizar sobre las consecuencias de discursos que fomentan la cosificación de las mujeres; exigir acciones que promuevan la atención y justicia para las víctimas; y no permitir que Alejandra, Mónica, Leydi y todas las que nos faltan, desaparezcan en cifras que ni las cuentan.