Hace unos días tuvo lugar la primera Cumbre de Rectoras y Rectores México-España 2024, convocada por Anuies, CRUE y la UNAM. Su propósito: reflexionar sobre los desafíos de la educación superior a ambos lados del Atlántico.
Durante el encuentro, que contó con la presencia de poco más de cien autoridades universitarias, una de sus mesas abordó los dilemas éticos relacionados con la incursión de la inteligencia artificial en el ámbito universitario. Recojo a continuación algunas de las reflexiones que ahí pude compartir.
Como punto de partida, debemos perder el miedo a salir al encuentro con las nuevas plataformas de inteligencia artificial. En febrero de este año, Michael Wooldridge publicó una reflexión fundamental: el tipo de inteligencia que generan las nuevas plataformas es enteramente distinto a la inteligencia humana. Dicho de otro modo, las nuevas plataformas recrean la complejidad del discurso humano, pero todavía están lejos de aproximarse al modo en el cual emerge la experiencia consciente de cada persona. De ahí que la posibilidad de que sustituyan a lo humano no se hará realidad en lo inmediato.
Privilegiar lo humano por encima de lo tecnológico ofrece un punto de partida para guiar esta discusión en términos éticos. En agosto del año pasado, la Ibero celebró un foro internacional para aproximarse al tema. En ese marco, Paolo Benanti, asesor del Papa Francisco en materia de inteligencia artificial, insistió en la necesidad de definir perfiles éticos para facilitar la gobernanza de los nuevos desarrollos tecnológicos. Benanti destacó que dichos perfiles éticos son necesarios si queremos que la inteligencia artificial ayude a las personas a ser mejores.
Pero ¿qué quiere decir hablar de perfiles éticos? Los jesuitas consideramos que esta pregunta encuentra una respuesta en la invitación a concebir la experiencia humana en términos integrales. Con Xavier Zubiri, creemos que las personas somos mucho más que razón y lógica; somos animales de realidades que nos aproximamos al mundo gracias a una “inteligencia sentiente” que va más allá de los meros estímulos sensoriales.
Al momento de decidir el lugar de la inteligencia artificial en ámbitos complejos, como el de la educación superior, debemos recordar que el misterio de la experiencia humana no puede reducirse a un algoritmo. Frente a la posibilidad de que las nuevas plataformas guíen y condicionen la experiencia de estudiantes y docentes en el ámbito universitario, el retorno a lo humano —desde un entendimiento integral— es un llamado de atención sensato.
Frente a la innovación tecnológica, las universidades debemos formar personas críticas; es decir, estudiantes capaces de discernir cuáles son los alcances y límites de la inteligencia artificial al momento de generar conocimiento. No tener miedo a entrar en contacto con las realidades del presente, considerando siempre el rostro del otro como parte central de nuestro horizonte. Formarlas, además, para que puedan tomar las mejores decisiones al definir su manera de aproximarse a la realidad. Ese desafío siempre ha estado al centro de una educación jesuita, como la que cultivamos en las aulas de la Ibero.
La perspectiva de la cura personalis — noción de la espiritualidad ignaciana que se refiere al cuidado de la persona en todas sus dimensiones— puede contribuir en este ámbito. Como institución confiada a la Compañía de Jesús, desde la Ibero hemos seguido este criterio al aproximarnos a la incursión de la inteligencia artificial en el día a día de nuestra comunidad universitaria. Los resultados, que hemos empezado a sistematizar, confirman que es posible abrir caminos éticos para la inclusión de la inteligencia artificial en nuestras universidades.