México llega a sus 214 años como nación independiente y lo hace entre el debate de buenos y malos, con una oposición política que no se supo reponer a la derrota de 2018 y que no tiene argumentos válidos ni suficientes para vencer a su principal enemigo: la 4T. .
Sin embargo, al igual que en su momento fue el movimiento obradorista, ya existe una base fundamentalista que han sembrado en las nuevas generaciones.
Se trata de algo que va más allá de la discordia o el odio hacia personajes que consideran indignos, bellacos dirían hoy, nacos, y todos los adjetivos que quiera usted agregarle, y esto es un legado de mala educación.
Sí, ante la inoperancia política e incluso ante la falta de adeptos a sus reiterados llamados a una insurrección social, la clase política opositora a AMLO y a Morena, ha impregnado en parte de la sociedad un proceso de odio mal sano que conlleva las peores faltas cívicas posibles y el destierro de las formas y respeto para la nación.
En redes sociales se puede apreciar la cantidad de groserías y mensajes que mandan no solo al Presidente o a la Presidenta electa, sino a las instituciones, al gobierno, a las autoridades en general e incluso, como ayer se percibió en el festejo de Independencia, se pidió incluso no entonar el Himno Nacional, no saludar a la Bandera, no ser un buen mexicano.
Esto es un riesgo para el futuro debido a que todas las nuevas generaciones que se han impregnado de esta falta de educación, serán los adultos que se manifiesten contra toda regla, contra toda autoridad o norma, contra todas y todos.
Ese es el legado de la oposición, un país lleno de odiadores que tendrán en su mente la única razón de su malestar a un personaje y a un movimiento político.
En la participación activa de la sociedad está el que no florezca el legado opositor que busca generar caos y reacción adversa entre los más jóvenes, entre quienes entraron al Senado, entre quienes se la pasarán insultando seis años a un gobierno. A ellos, no hay que darles las gracias.