Hoy, como desde el inicio de la República, reputados juristas siguen creyendo que para ser juez no es necesario hacer estudios especializados en la judicatura, después de graduarse en derecho, porque la impartición de justicia depende más de la conciencia que de la ciencia.
En la Colonia, influida por la cultura jurídica medieval, se creía que para ser juez era suficiente con ser buen hombre, por lo que ni siquiera era necesario ser letrado (término usado para referirse a los hombres de leyes que estudiaron derecho). Con ser buen hombre y con conocer el derecho era suficiente.
La convicción de que la conciencia es más importante que la ciencia, lastrada por el imaginario colectivo de los jueces y abogados desde la época de la Colonia, es uno de los rostros desfigurados del tiempo que hoy dificulta el progreso de la ciencia jurídica y la enseñanza del derecho.
Este lastre ha causado un gran daño a la enseñanza del derecho y, como consecuencia, ha contribuido a la deficiente formación –o incluso deformación– de los operadores del derecho, afectando negativamente al sistema de justicia y a la sociedad en general.
La multicitada creencia es un rostro desfigurado del tiempo, diré por qué. Durante el medievo se promovió la idea aristotélica de que un juez perfecto debía tener ciencia, experiencia, entendimiento agudo, rectitud de conciencia y prudencia. Sin embargo, hoy en día solo se valora la conciencia, ignorando los demás atributos.
La idea del juez perfecto, inspirada en la ética nicomáquea de Aristóteles, fue dominante hasta el siglo XVII. Sin embargo, se derrumbó con la aparición de la ciencia moderna en ese siglo, que exige que el conocimiento científico sea exacto y verificable, ya sea por la evidencia de la experiencia, de la razón o de ambas.
Se trataba de una justicia de jueces fundada en la doctrina; no era una justicia de leyes. Hoy, desde el comienzo del siglo XVIII es al revés. Formalmente impera la ley, aunque muchos jueces, sin ciencia, sin la experiencia que se eleva a ciencia, sin entendimiento agudo, sin rectitud ni prudencia, y con una conciencia distorsionada, las interpretan a su antojo.