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Permiso para matar

  • Razones y pasiones
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  • Elisa Alanís

Ciudad de México /

Recorro las páginas y tengo que hacer pausas. Me invade la tristeza. Después la impotencia e indignación.

Las víctimas son niños, niñas, jóvenes, mujeres, hombres, inocentes todos. Los perpetradores son las fuerzas de seguridad del Estado mexicano.

A Rosa Angélica la sepultaron con su vestido de quinceañera. La comida que habían preparado para la fiesta se dio en su velorio. La asesinaron policías federales.

Saúl fue torturado (junto con más) por el Ejército durante ocho días. Su cuerpo lo encontraron en el desierto cinco meses después.

A Severiano y otros vecinos los sacaron de sus casas, los golpearon, los obligaron a ponerse uniformes con la leyenda del cártel del Noreste. Después los policías estatales y los soldados, operando de manera coordinada, los acribillaron. El montaje se descubrió gracias a familiares y periodistas.

Edilberto tenía 12 años cuando caminó hacia la tienda. Lo mataron militares.

Las historias se acumulan. Jorge y Javier, qué dolor… y más… y más…

Recorro la publicación de tres investigadores, colegas rigurosos, preparados: Paris Martínez, Daniel Moreno y Jacobo Dayán.

Leo: Permiso para matar.

La pregunta inicial con la que comenzó este trabajo arrojó un listado de personas no culpables asesinadas por fuerzas armadas y por policías federales y estatales (no se incluyen municipales) en estos tres últimos sexenios (con distintos partidos en el poder). Nunca empuñaron armas ni retaron a la autoridad (solo se la toparon) ni contaron con órdenes de aprehensión ni tuvieron pesquisas abiertas.

El texto intercala testimonios, cifras, referencias, datos, contextos, análisis, información. Argumenta sobre la definición de “guerra” y pone sobre la mesa la importancia de la justicia internacional como “la última (y quizá la única) oportunidad para que los responsables rindan cuentas ante tribunales”.

No se trata de hechos aislados. Confirmo que los asesinatos contra la población, las ejecuciones extrajudiciales, las desapariciones forzadas son sistemáticas y recurrentes. La violencia “generada por grupos delictivos y agentes del Estado que actúan de forma independiente o en colaboración” sigue aumentando. No se trata de unas cuantas “manzanas podridas”.

Cierro el libro. Nadie debería vivir algo así. Son miles de casos.

Se me viene a la mente aquella canción de León Gieco: “Solo le pido a Dios”.

Aquí entre nos

Ayotzinapa es parte de ese sistema.


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