Como diría López Portillo, del orgullo de su nepotismo. Bajo el mando de Andrés Manuel López Obrador se ha instaurado una dinámica que muchos observadores catalogan como un resurgimiento del nepotismo, aunque el lenguaje oficial lo enmarca como el “relevo generacional”. Esta terminología suaviza la realidad: la perpetuación de las élites familiares en el poder.
El uso de eufemismos en la política no es nuevo, pero resulta particularmente evidente en el caso del actual Gobierno. El nepotismo, antes señalado y criticado, ha sido disfrazado bajo la idea de un relevo generacional. La pregunta es: ¿Realmente estamos ante un cambio que promueve la participación de nuevas voces o se trata de un intento por mantener el control dentro de un círculo cerrado?
La designación de figuras como Andrés Manuel López Beltrán en posiciones clave revela una estructura de poder que no solo se aferra al legado del Presidente, sino que también demuestra que el futuro de la política en México podría estar condicionado por las decisiones de quienes ya ostentan el poder. Aquí el problema radica fundamentalmente en que las señales que se le están enviando a la propia presidenta electa, Claudia Sheimbaum, son de que la estructura partidaria no es suya. Así, la “nueva era” se convierte en una extensión de las viejas prácticas, lo que resulta en una resistencia al cambio que muchos anhelan.
Con Claudia como presidenta electa se pone de manifiesto un fenómeno inquietante: la estructura partidaria parece no estar bajo su control. Y esto queda claro con la designación de Andrés Manuel López Beltrán y, por supuesto, Luisa María Alcalde que pues sí, sin duda alguna, pues tiene lealtades, pero por lo pronto lealtades al presidente López Obrador.
¿Podrá realmente Sheinbaum llevar a cabo su agenda sin las sombras del pasado que acechan su administración?
La historia política de México ha mostrado que el control de un partido único puede resultar en una falta de diversidad en el pensamiento y en la acción política. El ejemplo del Maximato de Plutarco Elías Calles, cuando el Partido Nacional Revolucionario (PNR) operaba como un aparato que manipulaba a presidentes títeres, sirve como un recordatorio de que la política mexicana ha estado marcada por la centralización del poder. La pregunta es si estamos destinados a repetir ese ciclo.
El actual contexto político no solo evoca el Maximato, sino también las prácticas de manipulación y control que han definido el sistema presidencial en México durante décadas. Mientras que la figura de Lázaro Cárdenas es utilizada como símbolo de progreso y de cambio.
López Obrador, al rendir homenaje a Cárdenas, parece ignorar las contradicciones de su admirado líder, quien, a pesar de sus logros, fue un firme opositor al voto femenino. Esta dualidad en la historia mexicana resuena hoy, ya que el discurso progresista se enfrenta a las prácticas conservadoras que aún perviven en la política.
El problema del sistema político presidencial no radica únicamente en el nepotismo y la centralización, sino también en la participación ciudadana. En un país donde la apatía política ha sido la norma, el acceso a espacios de decisión se vuelve crucial. Sin embargo, el actual enfoque de poder sugiere que las decisiones seguirán concentrándose en un círculo privilegiado.
En alcance
Miguel Ángel Sánchez, dirigente de MC, ha confirmado que su partido ha promovido un recurso intentando revertir una sentencia que ya ha sido desechada por la Sala Monterrey del Trife.
A pesar de los esfuerzos de MC, la realidad es que el TEE y ahora la Sala Monterrey han validado el triunfo de Adrián de la Garza. Este revés si bien es cierto refleja la solidez de las instituciones, también nos recuerda que más allá de los debates y los recursos, la democracia manda.