La semana pasada leí en los medios un hecho que me dejó triste y preocupado: en Coahuila de cada dos matrimonios que se celebran, uno termina en fracaso.
Las causas son variadas.
El matrimonio es la base de la familia, fundamento del tejido social y fuente primordial de los valores fundamentales que dan cohesión a nuestra sociedad.
Quizá antes, había menos divorcios porque los matrimonios eran más cortos a causa de la viudez de alguno de los miembros. Pero ésta, por supuesto, no es la única razón.
El empoderamiento de la mujer es un gran avance social y pudiera ser también otra casusa.
Aunque desde este punto de vista un divorcio no debiera verse como algo negativo, ya que representa la liberación de una mujer de una vida de sometimiento y violencia familiar.
Para la sociedad, es mejor una mujer liberada y feliz, que casada y deprimida.
En estos casos el reto que tenemos como sociedad es evitar que las crisis conyugales lleguen a ese punto.
La terapia de pareja y la ayuda psicológica puede ayudar, pero lo ideal es trabajar en la prevención mediante otros mecanismos.
Y esto me lleva a la tercera causa: la crisis de valores por los que atraviesa la humanidad.
Las redes sociales nos vuelven más vulnerables y la exposición de nuestros hijos desde edades tiernas al internet y a los equipos electrónicos moldea su mente de forma distinta.
Ahora son más impacientes y menos tolerantes.
Alguien me dijo una vez, en broma, que la principal causa del divorcio era el matrimonio.
La perogrullada, por cómica que parezca, está siendo tomada en serio por muchas parejas que prefieren vivir en una unión libre que facilite la salida de la relación.
Sin embargo, ya que pasaron la prueba de fuego y una vez que lleguen los hijos deben considerar formalizar su estado civil.
Los niños merecen la solidez emocional y familiar que ofrece el matrimonio de sus padres.
Para quienes no se han casado, mi recomendación es que escojan con cuidado a su pareja.
Para quienes ya lo estén, es importante recordar que el matrimonio se construye día a día, con detalles, perdonando y pidiendo perdón, con muestras de afecto, empatía, tolerancia y respeto.
El mejor legado que les podemos dejar a nuestros hijos es el ejemplo de una familia funcional y amorosa.
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