Frente a una Reforma que da la espalda a una mayoría social, el gran debate será sobre si tiene sentido participar en la elección de jueces. Saramago tiene reflexiones útiles
He de decir que la Reforma al Poder Judicial ha desatado distintas emociones en mí. Sentí impotencia. Enojo. Incredulidad al ver cómo se aprobaba, en sede alterna amurallada, la reforma más importante de los últimos treinta años. Después sentí tristeza porque hay más de 45% de mexicanos que no votaron por Morena y fueron ignorados. Cómo es posible que un capital político tan grande como el que ganó Morena se utilice para la venganza y la revancha.
Tras ese alud de sentimientos, llegó a mi cabeza un libro que me marcó en mi adolescencia: ensayo sobre la lucidez del gran José Saramago. No cometeré spoilers, pero el texto comienza con un hecho inédito: el Gobierno convoca elecciones y más del 83% de los ciudadanos decide votar “en blanco”. Es decir, los electores fueron a las urnas, pero decidieron no votar por ninguna de las opciones. Anularon su voto, diríamos aquí. Aunque esa “anulación” fue más relevante que cualquier voto por una u otra opción política.
Tras el shock, el Gobierno decide repetir las elecciones. Mismo resultado. Tal sorpresa llevó al Gobierno a investigar qué estaba pasando. Como cualquier régimen autoritario, el Gobierno no entendía las razones de tal rechazo social. Por ello, las autoridades deciden investigar si entre la ciudadanía se había extendido una rara enfermedad “de la ceguera”. Un virus maligno que había azotado a la población algunos años antes.
No seguiré más con el texto de Saramago que ampliamente recomiendo. Lo que sí debo aceptar es que, frente a la Reforma Judicial, mal hecha y que rompe la esencia misma de la división republicana, la tesis de Saramago me resulta seductora. Una abstención monumental puede debilitar la legitimidad de la reforma y pensar que la elección legislativa de 2027 sea un plebiscito sobre esta apuesta de Morena de destruir el Poder Judicial. Una abstención tan contundente que atrajera la mirada internacional hacia México y que pusiera al Gobierno en complicaciones a la hora de ejecutar la reforma. Que quede más claro que nunca que el voto del pasado 2 de junio no fue una carta en blanco y menos un aval para destruir la independencia del Poder Judicial. Todos compartimos la necesidad de reformarlo, no obstante, el camino tomado es el peor.
Alguien diría que es una visión ingenua. Posiblemente. Sin embargo, la historia sí muestra que decisiones abstencionistas han provocado terremotos en regímenes que se negaban a la apertura. Viene a mi cabeza la decisión del Partido Acción Nacional de no presentar candidato en 1976. El principal partido de la oposición -en esos días y hoy- se debatió profundamente entre distintas posturas. Al final, la apuesta por abstenerse de participar provocó un cataclismo político que el partidazo hegemónico no pudo simplemente obviar. Sin aquella decisión, es muy difícil entender la reforma política de 1977 y la posibilidad de que la oposición fuera conquistando espacios de poder parlamentario y local. Fue una abstención activa, crítica y con objetivos. Dejarle en claro a un régimen autoritario que no se prestarían a legitimar a José López Portillo en una elección sin las mínimas garantías democráticas.
Hace unos días, un amigo, abogado a quien respeto mucho, me llamó para contarme que atravesaba por un dilema similar. Conozco su trayectoria y sé que es una persona honrada. A diferencia de lo que dice López Obrador o Sheinbaum, la gran mayoría de las personas que trabajan en el Poder Judicial Federal son gente comprometida y honesta. No todos son cínicos protectores del nepotismo y el influyentismo. Él mismo se debatía sobre si era mejor participar o no. La verdad es que no supe qué decirle. Veía riesgos y oportunidades en ambas posiciones. No obstante, con el paso de los días creo que he podido dilucidar con más claridad los escenarios que se abren.
Creo que sí sólo apuntamos la mirada a 2025 y 2027, lo sensato sería participar. A corto plazo, nadie puede negar que abandonar la cancha electoral es darle a Morena la posibilidad de controlar la totalidad del Poder Judicial Federal. Lo mismo lo digo en relación con los jueces probos y eficientes: es mejor presentarse que auto descartarse. Es mejor tener juristas competentes y con trayectoria, a pesar de ser una reforma muy nociva.
Ahora, si ponemos la mirada más allá, es posible que la reflexión no sea la misma. Parto de un hecho objetivo: la reforma es y será siempre negativa para la administración de la justicia. Al depender de los votos y no de la calidad de sus sentencias, el incentivo de los jueces siempre será obedecer las directrices políticas para garantizarse su cargo. Esas son las reglas del juego. Y también si acudimos a los datos internacionales, veremos que, en países como Bolivia, la participación de la ciudadanía en la elección de jueces es bastante baja. En Bolivia, 66% de los votos para elegir magistrados fueron o en blanco o nulos (Saramago no está tan lejos). Son las estructuras de los partidos, particularmente Morena que tiene mayorías en ambas cámaras y 24 gubernaturas, las que se movilizan para elegir a jueces afines a sus intereses. Por lo tanto, a menos que salga a votar un número muy amplio que supere la capacidad de movilización partidista, es ingenuo creer que jueces apartidistas e independientes pueden ganar en las urnas.
Por lo tanto, una abstención activa y crítica puede ser un instrumento para debilitar la reforma en el largo plazo. Aunque parezca impensable para algunos, Morena no gobernará siempre. Algún día perderán el poder. Y algún día perderán las mayorías que les permiten reformar la Constitución a capricho. Una reforma que fracasó socialmente, que no tuvo apoyo popular, es mucho más endeble y puede generar consensos para ser retirada. Imagine usted una participación del 7, 8 o 9. La revocación de mandato de López Obrador sólo sacó a votar a uno de cada diez ciudadanos. El ejercicio fracasó. Algo así puede pasar con una reforma que tiene mayores efectos que una revocación en el día a día de la ciudadanía. Con una participación tan baja, nadie podría afirmar que hay una mayoría social que quiere ese “cambio” en el Poder Judicial. Sería una revuelta democrática. Al final de todo, igual Saramago no es tan ingenuo. La autocracia se combate y la abstención es un instrumento.