No cabe duda de que vivimos tiempos políticos que se salen de lo ordinario. Dejemos de lado México por unos minutos y veamos que sucede en nuestra metrópoli. En 30 años, es la primera vez que el Área Metropolitana de Guadalajara emerge dividida tras una elección concurrente federal. En 2000, el PAN arrasó en la ciudad. En 2006, lo volvió a hacer. En 2012, el PRI se hizo con la ciudad, exceptuando Tlajomulco. En 2018, Movimiento Ciudadano ganó incluso en aquellos municipios donde Morena comenzaba a penetrar (Tlajomulco, El Salto, Tlaquepaque). Una ciudad monocolor desató el optimismo: por fin, tendremos una visión metropolitana sin las castrantes e inoperantes fronteras municipales. Al fin, la ciudad -con todos los municipios que la integran- tendrá un proyecto común. El porvenir de una ilusión, citando a Sigmund Freud. En realidad: la homogeneidad partidista no ha sido sinónimo de una ciudad menos fragmentada.
Hoy enfrentamos una distribución del poder inédita. El oriente de la metrópoli votó por Morena (El Salto, Tonalá, Tlaquepaque). El sur-poniente de la metrópoli por Movimiento Ciudadano (Guadalajara, Zapopan, Tlajomulco). Dejando de lado a Zapotlanejo (MC) y a Ixtlahuacán (PRI), la gobernanza metropolitana recae en el entendimiento entre naranjas y guindas. Es cierto que dos terceras partes de la población están gobernadas por Movimiento Ciudadano, pero todo acuerdo metropolitano necesita del concurso de gobiernos morenistas. De 2018 a la fecha, Morena pasó de no gobernar ningún municipio relevante a convertirse en la fuerza preponderante del oriente de la metrópoli -el más golpeado por la pobreza y la desigualdad.
Esta pluralidad política en la urbe ha llevado a un cierto pesimismo respecto al futuro de la ciudad. Hay una idea de que estamos frente a una especie de Reino de Taifas (Taifas es fragmentación en árabe). Es decir, la atomización del poder político en la ciudad. Taifas nació cuando se desmembró el viejo Califato musulmán de Córdoba y devino en pequeños principados desarticulados y sin una política común. Lo peor que lo podría pasar a nuestra ciudad es caer en esta deriva. Una política que entienda que la solución es la vuelta a las parcelas celosas municipales. Aferrarse al aislamiento y la ausencia de cesión de competencias a un ente por encima de las partes. No hay ciudad exitosa en el mundo que parta de la fragmentación como principio político.
No obstante, no es cierto que la pluralidad política haya llevado a menos entendimiento en la ciudad. Vayamos a los ciclos políticos de gobiernos divididos (2009, 2015). En particular el último: la coexistencia de Movimiento Ciudadano y el PRI no llevó ni a parálisis ni a anarquía. Recordemos que en el periodo 2015-2018, se concluyó la Línea 3 del Tren Ligero; se pusieron los cimientos de lo que sería Mi Macro Periférico; cobró vida Paseo Alcalde; se puso en marcha la fallida, pero en su momento innovadora, Agencia Metropolitana de Seguridad; se avanzó en la construcción de alternativas no motorizadas en la ciudad y un largo etcétera. En el periodo de coexistencia urbana se avanzó más que en el ciclo de predominio del PRI, del PAN o incluso de MC.
Por ello, considero que es políticamente viable un entendimiento por la ciudad. Siempre y cuando los alcaldes renuncien al egoísmo municipal y cedan. Renuncien a la polarización que es el signo de nuestros tiempos y abracen el diálogo. Tonalá, gobernado por el morenista Sergio Chávez, ya dio un paso: “hay que formar una agencia metropolitana de la basura”. Un proyecto debatido en este sexenio, pero que no cuajó. Guadalajara, con su alcaldesa Verónica Delgadillo, también ha declarado estar abierta a explorar modelos de entendimiento metropolitano. Tanto en servicio a la ciudad como en economías de escala, tener modelos diferenciados de recolección y gestión de residuos es una pésima idea. Municipios como Zapopan que tienen un servicio público contrastado por años deben dar un paso para participar en un nuevo modelo metropolitano. La solución es más colaboración y no más aislamiento.
El Programa de Ordenamiento Territorial (POTMET) también debe gozar de acuerdo entre las partes. Al final, una ciudad más justa es consecuencia de instrumentos de planeación que incluyan a todos los municipios. El Área Metropolitana no puede ser una en Tlaquepaque, donde se quiera emular a Iztapalapa o al Tlalpan de Sheinbaum, y Guadalajara, Zapopan o Tlajomulco con otra idea del desarrollo urbano. Eso sólo abona a la desigualdad, la diferencia y la discriminación. Como reza el principio fundador de la Unión Europea: unidad en la diversidad.
Quien debe dar un paso adelante por la construcción de un imaginario común en la ciudad es el gobernador electo Pablo Lemus. Seguridad, movilidad, basura o agua sólo se pueden resolver de fondo con una visión integral de la ciudad. La división política puede ser un incentivo para entrar en discusiones de fondo y debatir distintos modelos de ciudad. Retomo el libro de María Amparo Casar e Ignacio Marván, gobernar sin mayoría. La abrumadora mayoría de las reformas constitucionales en la historia de México han venido con gobiernos divididos. Es decir, en donde el ejecutivo y el legislativo respondían a partidos políticos distintos. Hoy ocurre esto en la ciudad. Esperemos que la polarización nacional no impida la construcción de acuerdos. Han sido 30 años de esperanzas que se convirtieron en desilusiones.