Cuánta razón tenía Carlos Fuentes; Moby Dick, ese enorme, mítico y omnipresente enemigo externo que no les permite verse en el espejo y descubrirse como responsables de sus propios males, obsesiona a tal grado a los estadounidenses y a sus líderes qué, en una acción criminal y suicida al mismo tiempo, son capaces de dispararse un tiro en el pie justo en el punto más difícil de la marcha de esa nación.
No pueden darse el lujo, los Estados Unidos, de romper con sus dos vecinos, con sus dos socios estratégicos, con las dos naciones con las que comparte miles de kilómetros de sus únicas dos fronteras terrestres. Atenazada tenemos a esa gran potencia, por el norte y el sur, Canadá y México. Con nosotros su poder se consolida, se acrecenta; sin nosotros comenzará su declive.
Bravuconería para consumo interno -de una base fanatizada temerosa e ignorante- son los dichos recientes de Donald Trump. Si se niega a escuchar razones y se empecina en cumplir sus amenazas más que “hacer grande a América de nuevo” pasará a la historia como el presidente que inició la demolición de uno de los más poderosos y prósperos imperios de la historia.
Atrás quedó el tiempo en que la voz tronante de Washington hacía temblar de miedo y obedecer de inmediato a quienes gobernaban a México. El nuevo trato, iniciado en el 2018, le guste o no a Trump y a sus halcones, es entre iguales. Ya tuvo que contener sus arrebatos retóricos con Andrés Manuel López Obrador. Las verdades con las que Claudia Sheinbaum Pardo respondió a sus bravatas y mentiras le obligarán, a la postre, a aceptar la propuesta de diálogo y sentarse en la mesa a negociar.
Letal para sus pretensiones hegemónicas resulta la combinación entre razón, dignidad, suavidad, serenidad y firmeza con la que Claudia enfrenta la crisis. Aquí no habrá de iniciarse otra cruzada sangrienta como la de Felipe Calderón sólo para complacerlo. Aquí tampoco se lanzará la gigantesca operación de cacería de migrantes con la que creen que podrán contener el miedo y el odio al extranjero que les enferma. Aquí somos millones, de mexicanas y mexicanos, los que le decimos a Claudia -tan serenos e indoblegables como ella- PresidentA no estás sola.