En los años setenta el panorama artístico e intelectual no estaba separado, porque la coyuntura histórica permitía que las disciplinas musical y literaria se fusionaran. Puede considerarse a Patti Smith (Estados Unidos, 1946) una mujer poco agradecida; los privilegios que facilitaron sus logros resultaron en el desencanto y la frustración que le causaba solo tener, aunque exitosa, una carrera de cantante.
Críticos la califican de idealista, convencida de que el arte era del pueblo, que le correspondía total control artístico sobre la producción popular: baladas de protesta, temas que sonaban durante las marchas contra el sistema económico y social (...) eran patrimonio colectivo.
En el inicio de su trayectoria tenía una intensión política, pero era detractora del Estado y simultáneamente partidaria, sí dueña de una ideología insostenible: al no definir una postura carecía de futuro. Debió buscar distintas motivaciones, pasar a otra cosa.
Crear un dialecto mediante la música fue un ejercicio en el cual la palabra quedaba subyugada al instinto, a la jocosidad de cualquier asunto; en la escritura, el pensamiento, la capacidad de reflexión, necesita controlarlo. Devotion (Yale University Press, 2016) es una lectura cómoda pero que exige relacionar los hechos que narra con sucesos íntimos. Posee un aire de Nadja, el libro de André Breton.
Con prejuicio, negada a creer que Smith había escrito un texto que Gallimard querría editar, merecedor del National Book Award, quede gratamente sorprendida. Aquellos que han intentando emular la personalidad del escritor, como Nick Cave, acaban en ocasiones avergonzándose; Joan Baez, sin embargo, destaca al publicar Y una voz para cantar.
Smith forjó una imagen que durante las últimas décadas simboliza algo distinto a la de George Harrison. Sus preocupaciones carecen de egoísmo, por ejemplo, cuando pensaba en la guerra de Irán, temía que los conflictos bélicos destruyeran la tumba del poeta sufí Rumi, desamparando su legado poético: “Los amantes nunca se encuentran finalmente en algún lugar; hallándose en ellos las almas desde el principio”.
No era activismo lo que sugiere sino valores humanísticos, quería un escenario donde promover la comunicación, centralizar a la juventud y devolverles el sentido de unidad que ella consideraba perdido. Esta búsqueda de conciencia dotó de calidad literaria obras reconocidas entonces y que hoy continuamos valorando.
Smith se identifica con Jo March, la protagonista de Mujercitas, autoría de Louisa May Alcott, un modelo revolucionario de sucesivas generaciones femeninas. Ocurre así que ¿las personas aman porque escuchan hablar del amor y escriben porque hay letras?