Habría que conformarse con ocupar un lugar en el orden natural de las cosas. Así como los árboles, cuya presencia ofrece lo necesario para que otros existan y que haya vida, cada cual es indispensable. Desde siempre la naturaleza resulta parte de los pasajes literarios más hermosos.
De textos filosóficos, por ejemplo, Caminos de bosque, de Heidegger, y Claros del bosque, que escribió María Zambrano, a novelescos y reflexivos como Walden de H. D. Thoreau, las plantas cautivan y todos en casa tenemos alguna, aunque sea pequeña. Recientemente la escritora Sue Stuart-Smith, en La mente bien ajardinada, habla de forma accesible sobre el beneficio de tener un jardín y cuidarlo.
Antes psiquiatra y narradora que aficionada jardinera, conecta los ciclos naturales con los propios. Una metáfora que, sin embargo, parece real y ayuda a la psique atribulada, recuperándose mediante el ejercicio elemental que es ocuparse de algo vegetal siguiendo su ritmo. Con datos históricos y anecdóticos, recrea un mundo fincado literalmente sobre la tierra. “Las plantas nos plantean desafíos mucho menos complicados que las personas, y trabajar con ellas puede ayudarnos”.
Borges escribió: “…uno planta su propio jardín”, como un símil de cuidarse a sí mismo que se volvió referencia en la literatura universal. La horticultura, además de una actividad, Sue Stuart-Smith la convierte en un arte con repercusiones positivas anímicamente. El mejor modo de cuidarse es cuidando también otra cosa.