La semana pasada escribí sobre una “ciudad cultural” como destino utópico o realidad potencial para Tampico, y recibí reacciones al respecto, en algunas, confundiendo el término con “ciudad con cultura”, riqueza que evidente y palpablemente tiene. La cultura está implícita en los pueblos, por ejemplo: afirmar que “Estados Unidos no tiene cultura” siendo un país que recibió desde la inmigración en su cesto de tejido aborigen, múltiples expresiones que conformaron su hoy identidad capitalista, peca de ignorancia. El arraigo contagiado a ciudades como Monterrey, Tijuana o incluso Nuevo Laredo lo sustentan. Que su identidad no tenga tanta profundidad de las culturas prehispánicas como la mexicana es cierto, y que ésta a su vez haya perdido la brújula, es increíblemente peor, domesticada a testarazos de libros de texto. Sobre Tampico y su huasteca, retomaba hace una semana la novedad de Mauricio Garcés que hoy inicia un festival cultural en Tampico y Madero por la voluntad de los artistas, y que recibirá una estatua por fortuna sanguínea. Hace más de dos décadas, la calle Marqués de Guadalupe en la llamada Zona Dorada, había sido rebautizada con el nombre del actor tampiqueño; pero regresó a su nomenclatura original ante la presión de los integrantes del lienzo charro que ahí se ubica. ¿Imaginen que el gobierno hubiera reubicado la nomenclatura al Centro Histórico? O una calle Rockdrigo González o Roberto Cantoral. Los generales y presidentes Antonio López de Santa Anna o Porfirio Díaz por razones doble moralistas de la historia son exentos de su influencia histórica, ¿pero Carmen Romero Rubio? ¿O el legado de Manuel Raga? ¿Y al increíble Juan García Esquivel, o Rafael Ramírez Heredia, o Carmen Alardín?
En una de las respuestas, Roberto Guzmán Quintero propone “traer los restos de Genaro Salinas, desde Buenos Aires a El Cascajal”.
Y si a esta mi lista terriblemente pobre se piensa en museos, museos en murales, en generar un orgullo mayor a “juanchos” o los “marcianos” de la playa, aunque se complementen.
O del huapango que regrese el Caimán del Carpintero, o como lo quieran llamar, pero con el sentido antropológico con el que lo concibió Jorge Morenos.
Pero el debate debe llegar más lejos de esta columna.
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Erik Vargas
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