La capacidad de asombro como recurso esencial para la creación artística: ahí donde la mayoría vemos rutinas que se vuelven invisibles por comunes, algunos perciben actividades llenas de sentidos y significados, susceptibles de explorarse y reconstruirse de acuerdo con las percepciones de los sujetos involucrados. El día a día como objeto digno de ser capturado por una cámara inquieta, exploradora y abarcadora, con esa capacidad de admiración que usualmente se va perdiendo en el transcurso de la vida, muy viva cuando somos niños. Se le llamó la madrina o abuela de la Nueva ola francesa (Truffaut, Resnais, Godard, Demy, Rohmer, Marker, Rivette, Chabrol, Colpi, Klein) y cierto es que se convirtió en una de las más grandes documentalistas que el cine ha conocido.
Agnès Varda (Bruselas, 1928 – París, 2019) debutó con La Pointe-Courte (1955), filme en el que combinaba una mirada a la actividad del puerto en cuestión con la relación de una pareja y una investigación sobre la muerte de un niño. El corto L’opéra-mouffe (1958) retomó la perspectiva de una embarazada entre la imaginación y la realidad en el barrio latino de París y ese mismo año rodó otros tres filmes breves de carácter documental (O saisons, ô châteaux; La cocotte d’azur; Du côté de la côte), vinculándose con la Nueva ola francesa y representando, ipso facto, a la mujer en el revolucionario movimiento fílmico que colocaba la visión del director como autor, más allá del aparato de producción de una cinta.
Tras el corto Les fiancés du pont Mac Donald ou (Méfiez-vous des lunettes noires) (1961), rodó su célebre Cléo de 5 à 7 (1962), cinta en la que intercaló, como ella misma lo comentó, el tiempo objetivo y subjetivo con presencia constante de relojes pero también de las diversas emociones de la protagonista (Corinne Marchand): fue el filme que la colocó en el radar del mundo del cine. Empezaron los viajes: Salut les Cubains (1964) fue un testimonio optimista de la isla caribeña, antes de que se hiciera efectiva y cobrara forma la dictadura, y volvió a la ficción con La felicidad (1965), centrada en líos matrimoniales con amante de por medio, tema extendido en Las creaturas (1966). Participó en el filme colectivo de protesta contra la guerra titulado Loin du Vietnam (1967), junto con colegas relevantes como Godard, Marker, Lelouch y Resnais, entre otros.
La directora realizó un viaje a Estados Unidos a finales de los sesenta junto con su pareja, el afamado cineasta Jacques Demy. Aprovechando, la colección Criterion integró sus trabajos por aquellas tierras bajo el título de In California, conformado por el corto documental Uncle Yanco (1967); Black Panthers (1968), retomando el movimiento afroamericano durante el juicio a Huey Newton; Lions Love (… And Lies) (1969), repasando un verano amoroso agotado y cansino; el documental sobre los murales angelinos Mur Murs (1981), y Documenteur (1981), dando cuenta de sus experiencias personales, vivencias en clave femenina y efervescencias políticas de aquellos años en el vecino del norte: su ojo privilegiado combinó la mirada íntima con la exposición más amplia de los asuntos sociales que prevalecían en aquellos años.
Realizó Nausicaa (1970), filme para televisión con tintes autobiográficos y tras una ausencia más o menos prolongada presentó Réponse de femmes: Notre corps, notre sexe (1975), para indagar acerca de la condición de ser mujer en estructuras sociales diversas, seguido del documento Daguerréotypes (1975), con la presencia de gente de su barrio, particularmente de los comerciantes; Placer de amor en Irán (1976), combinando romance con arquitectura y de Una canta, otra no (1977) en clara postura feminista,; en esos años filmó los textos cortos con base en un par de entrevistas titulados Ulysse (1983) y Une minute pour une image (1983), con participaciones notables como la de Marguerite Duras e Yves Montand, entre otros.
Capturando la vida
Les dites cariátides (1984) es un breve y sustancioso recorrido por las esculturas femeninas presentes en la capital francesa, en tanto el corto 7p., cuis., s. de b., ... à saisir (1984), abordó la venta de un departamento con sus implicaciones y Sin techo ni ley (1985) siguió a una mujer que no se ajustaba a la predestinación: la cinta fue premiada con el León de oro en el festival de Venecia. La década de los ochenta se complementó con los cortos Histoire d’une vieille dame (1985) y T’as de beaux escaliers, tu sais (1986), en la línea del filme anterior, así como con Kung-fu Master (1988), retomando el título de un videojuego, continuando la vertiente de abarcar las vicisitudes de mujeres en diversos momentos de la vida, y con la presencia de la icónica Jane Birkin en Jane B. Par Agnès (1988).
En Jacquot De Nantes (1991) rindió homenaje en blanco y negro con enfática fotografía –incluyendo destellos a color- a su pareja, el cineasta Jacques Demy retratado en su infancia ya con vocación fílmica e interesado en la idea de la representación teatral con todo y marionetas, de paso explorando sus influencias artísticas con la sensibilidad acostumbrada. El documental musical Les demoiselles ont eu 25 ans (1993) con la intervención de Legrand, Tavernier, Previn y Catherine Deneuve, entre otros, antecedió a la comedia Las cien y una noches (1995) y a El universo de Jacques Demy (1995), otro regalo fílmico de quien fue su pareja durante poco más de tres décadas.
Los cosechadores y yo (2000), una de mis favoritas, es un sensible trabajo de alcance etnográfico en el que la directora se vincula con pepenadores y recolectores para darles voz y recoger, valga la reiteración, su perspectiva vital acerca de su actividad. La primera década del siglo XXI vio desfilar cintas en su mayoría cortas como Hommage á Zgougou (et salut á Sabine Mamou) (2002); Ydessa, les ours et etc. (2003); Le lion volatil (2003), alrededor de la famosa estatua de Denfert; Der Viennale (2004); Les dites cariátides bis (2004); Cinévardaphoto (2004) para homenajear el arte de la fotografía; Cléo de 5 á 7: souvenirs et anecdotes (2005); Vive les courts metrajes: Agnés Varda presente les siens (2006); y el documental Quelques veuves de Noirmoutier (2006) en tono más bien retrospectivo y reflexionando sobre la propia obra en tamiz metacognitivo.
En Las playas de Agnès (2008) se lanzó a esos territorios donde la tierra y el mar se encuentran, repasando memorias propias y diversos puntos de vista de la gente común y de colegas artistas (Calder y Godard, por ejemplo), e incluso montando una hilarante oficina playera y jugando con imágenes de espejos. Participó en el proyecto televisivo P. O. V. (punto de vista) y grabó Agnès de ci de là Varda (2011 -), integrada por cinco episodios televisivos que dieron cuenta de los viajes de la artista y su infatigable capacidad de escudriñamiento, entre cuyos destinos se encontró México; ese mismo año dirigió el corto Les 3 boutons (2011), sobre una niña de 14 años en proceso de mágica madurez.
La academia del cine estadunidense (el Oscar) tuvo la oportunidad de reconocer el trabajo de esta cineasta excepcional al nominarla a mejor documental pero, como le ha ocurrido cada vez más frecuentemente, desaprovechó la oportunidad: Rostros y lugares (2017) es un texto de hermosa candidez, sentido del humor y gran talento para el registro de cómo se puede disfrutar la vida: con su cabello bicolor la realizadora transmite esa particular apreciación del día a día tan necesario en tiempos pesimistas, aquí al lado del joven fotógrafo y muralista DJ, con quien estampó imágenes en gran formato de personas a la vuelta de la esquina. Los dos capítulos televisivos de Varda by Agnès (2019) resultaron ser su testamento fílmico.