OAXACA TIENE VOZ DE MUJER

León /

Canciones que se atraviesan en el imaginario desde voces poderosas, que comparten orígenes y buscan acordes distintivos. Cantos de la tierra propia que no se limitan a sus propios contornos, sino que abren posibilidades auditivas con ecos de otros lugares mágicos, presentes y pasados. Tres voces femeninas de Oaxaca representantes de la diversidad musical de aquél hermoso Estado.

Desde la Costa Chica de Oaxaca se deja escuchar una voz poderosa y trémula a la vez, que parece emerger desde algún lugar profundo, siempre en busca de la luz, ya sea en tonos operísticos o folklóricos, según el caso: lo cierto es que motiva a levantarse con ese zapateado y transmitirle al cuerpo una irresistible sensación de movimiento, acompasada por las instrumentaciones de festivo enfoque con el corazón palpitante en la mano. Le ha hecho honor a su tierra a través de una serie de sencillos que tituló Las joyas de Oaxaca.

Se trata de Alejandra Robles (1978), quien de su natal Puerto Escondido se trasladó a la capital de su estado a los quince años para después irse a estudiar a París, donde mantuvo el impulso de su padre y su abuelo materno, dejando que su sangre afrodescendiente se colara hasta las cuerdas vocales y de ahí al resto del cuerpo, potenciada por su estancia en Veracruz cuando regresó a México, tal como se advierte en La Malagueña (2005), su álbum debut, salpicado de son jarocho y la presencia de Armando Manzanero y Eugenia León, con quien siguió teniendo algunas colaboraciones.

Continuó incorporando la chilena -género tradicional de Oaxaca- entre otros estilos entreverados en La Morena (2008), su segundo largo en el que confirmó sus capacidades vocales para remitirnos al propio terruño y lanzarnos a otros ambientes, tanto sudamericanos como caribeños. Tras mucha actividad en los escenarios volvió al estudio para grabar La sirena (2013), acompañada por Iraida Noriega, Regina Orozco y Alex Lora, expandiendo géneros y entroncando otros, como el reggae y el jazz. Con Tropicalísima (2020) y la voz de Tania Libertad, se adentró con pleno conocimiento de causa y ritmo en el mundo de la salsa, cercano a ella por origen y convicción.

Por su parte, la cantautora y bailarina Miroslava Ferra (1992), también licenciada en Mercadotecnia y maestra en Administración de negocios, por no dejar, conjunta en sus canciones la diversidad sonora y cultural de su tierra, invitando a paisajes multicolores que festejan la tradición y la vida misma. Originaria de Juchitán de Zaragoza en el Istmo de Tehuantepec, empezó a cantar desde los trece años con sus raíces zapotecas como sustento y con la mirada puesta en las ramificaciones posibles de su tierra para retratarlas en composiciones representativas; entró en contacto con varios músicos gracias a que su abuelo tenía una tienda de discos en el centro de Juchitán.

Después de participar en la Guelaguetza en el 2017, continuó su labor en los escenarios. Su álbum A Flor de piel (2024) arranca con la declaración “del Istmo para el mundo”, como para no dejar ninguna duda desde el inicio de por dónde va esta lucidora colección de canciones que viajan por el son, la cumbia, el bolero y la banda típica del Istmo a través de las ocho regiones oaxaqueñas, descritas con amplio sentido de pertenencia, sin dejar de lado el recuerdo de algún amor en proceso de ruptura y, por supuesto, la pachanga juchiteca y el mezcal, la sandunga y algún bejuco de amor que se mece en un sabrosito son, mientras que la mítica llorona levanta la voz en zapoteco.

Conocida como “La voz del Istmo”, Natalia Cruz (1982) esparce su origen zapoteco tanto en sus composiciones como en sus letras, varias de ellas entonadas en la lengua diidxazá, transitando de la interpretación de piezas tradicionales a las aportaciones propias, incluyendo su apoyo a los alfareros de su geografía y su lucha para erradicar la discriminación. Estudió canto en Puebla y tras varias presentaciones, grabó La última palabra - Gendanabani (2006), seguido de Ojos negros (2007) con un emotivo canto zapoteca y la acompasada canción titular, y Bidxcaa - La bruja (2010).

Entre sones, chilenas y cumbias de estética isleña, además de colaborar con Susana Harp y Roque Robles, continuó su trayectoria con discos como Xtiidxariuunda’Binnizà (2011), de marcado acento autóctono; De tradiciones y nuevas rolas en directo (2011), con viajes de ida y vuelta por el tiempo y el estilo; Ladxidua - Mi corazón (2013), lleno de latidos sonoros que remiten invariablemente al hogar; Saa Xquidxe - La fiesta de mi tierra (2017), en puro plan celebratorio, y el vital Neza Saa - La senda de la música (2021), señalando la ruta a seguir.


  • Fernando Cuevas
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