Cargan con todo el oropel de Las Vegas, la tierra de la que se pueden considerar dignos representantes naturales del siglo xxi: han sabido encontrar su lugar, a sabiendas de que lo suyo no es buscar las grandes innovaciones ni entrar en territorios de riesgo, pero sí apuntalar sus contagiantes capacidades melódicas y emotivas, aprovechando el revival ochentero como en su momento fueron Franz Ferdinand, Kaiser Chiefs, The Rapture, White Lines y Keane, así como The Strokes, Arctic Monkeys, Editors e Interpol, en otra vertiente.
Por supuesto que hay desfachatez y autoconfianza expresada desde su nombre y su imagen: toques de maquillaje para convertirse en desarreglados héroes de videoclip, asumiendo la postura del rockstar del nuevo milenio, más tendiente al estilismo que a la agresión, típica de los hardrockeros de los ochenta. Más bien, acá destacan los cuidadosos vestuarios y una pose que atraviesa del roto descaro romanticista a cierto dramatismo encubierto y premeditado, envuelto en un creativo synthpop, con todo y sus regresos al pueblo de origen.
Con aspiraciones disfrazadas de ser los nuevos U2 –aunque para eso estaban Coldplay y Arcade Fire, después presentando sus respectivas dificultades–, The Killers es un cuarteto formado por Brandon Flowers (voz/teclados), con Morrissey como marcada influencia; David Keuning (guitarra), Mark Stoermer (bajo) y Ronnie Vannucci (batería). Los dos primeros se conocieron en Las Vegas y empezaron a trabajar con algunas ideas; pronto la otra mitad se sumó a los esfuerzos creativos para completar el cuadro.
Tras haberse integrado en el 2002, salieron a la luz con el sorprendente Hot Fuss (2004), obra de emociones inmediatas y de contagiante dinamismo: el himno permanente conocido como Mr. Brightside pudo haber sido parte del soundtrack de Trainspotting, mientras que Smile Like You Mean It, Somebody Told Me y All These Things That I’ve Done se convirtieron en banderas ondeadas en muchas estaciones alrededor del mundo. Mucha fama demasiado pronto implica siempre un riesgo.
Con la declarada influencia del jefe Springsteen se lanzaron a su opus 2. El resultado fue el irregular Sam’s Town (2006), álbum con destellos de talento pero también de búsquedas infructuosas: el referente parecía haberles quedado grande y la misión demasiado ambiciosa para este momento de su trayectoria. Con todo, el enjambre de fans lejos de disminuir se fue incrementando, en parte gracias a una gira que fue brincando de pueblo en pueblo para dejar constancia de que en vivo eran capaces de mover esqueletos y afectos. Por no dejar, produjeron Sawdust (2007), conformado por lados B, rarezas, remezclas y una digna versión de Romeo & Juliet, clásico de Dire Straits.
Dándose cuenta de que no era momento de andar buscando el Estados Unidos profundo, regresaron a los terrenos que mejor dominan con Day & Age (2008), lleno de canciones cubiertas de atrayente relumbrón y de inmersiva capacidad melódica, con efectivos crescendos y exaltaciones efímeras, como las que uno puede vivir en esa ciudad donde la oscuridad nunca encuentra su sitio. Con Human y Spaceman como puntas de lanza, no queda más que olvidarse de la trascendencia y ponerse a dar sofisticados y lúdicos brincos. Tras una pausa que dejó trabajos en solitario y un disco en vivo, volvieron con Battle Born (2012), producido por un dream team -Daniel Lanois, entre ellos- y con Runaway como punta de lanza, entreverando la música de sintetizadores con el rock clásico, tal como también discurren en Miss Atomic Bomb, The Way it Was y Here With Me.
Con la producción de Jacknife Lee y alguna aparición de Brian Eno y Mark Knopfler, además de una señalada influencia de Fleetwood Mac, Wonderful Wonderful (2017) representó el regreso de la banda, después de algún disco solista de Flowers, acá aportando letras cercanas a su experiencia vital con todo y una mirada boxística: The Man, con el espíritu de Kool & The Gang, y Run for Cover fueron las principales cartas de presentación. Finalmente tomaron la estafeta en definitiva como el grupo de poprock cuyo hábitat natural se convirtió en los estadios con Imploding the Mirage (2020), entre sólido cuadro de invitados, himnos listos para ser coreados y letras en los que todos somos partícipes: My Own Soul’s Warning, Dying Breed y Caution, entre otras, hicieron estallar el espejismo desde sus entrañas.
Volvieron pronto con el más introspectivo, personal e íntimo Pressure Machine (2021), ahora sí retratando sensiblemente las profundidades de Estados Unidos, con los conflictos y oportunidades características de un pueblo en Utah, donde Flowers pasó su infancia, entre caballos escapistas, sonámbulos por las colinas y planes infructuosos para dejar todo aquello atrás. Ahora nos visitan y ya lo sabemos: lo que sucede con los Killers ya no se queda con los Killers. Bienvenidos otra vez por estas tierras.