La Procuraduría Federal del Consumidor presentó hace unos días una campaña de alimentación sana. Es obra de la Profeco, la SEP, la Ssa, la Sader, la SE y la SB, que trabajaron en ello durante seis meses. El resultado son dos spots de televisión: uno contra “la industria”, que nos ha engañado por décadas y nos ha hecho comer porquerías, y el otro, con imágenes de milpas, chinampas, aguacates y señoras echando tortilla, contra los “productos importados”. Según el procurador, con eso “estaremos incidiendo en la conciencia de los mexicanos a partir del próximo mes” (la frase tiene el mismo efecto sedante que los campos de nopales del anuncio).
Dijo el procurador que el propósito es “empoderar a los consumidores para tener un consumo seguro, saludable, sustentable, razonado e informado” (no se puede esperar más de cuarenta segundos de televisión). Con ese estilo campechano, divertido y afectuoso que tienen los regeneracionistas para insultar, conminó a los mexicanos (a “papá y mamá”, dijo) a “no ser fodongos”, porque “podemos hacer cosas que antes se hacían de manera saludable para la familia”.
La frase me resulta fascinante, estoy convencido de que ahí hay una clave. No puedo evitar preguntarme ¿cuándo era antes? El señor Sheffield no se refiere a otro tiempo: no hubo un momento concreto en el pasado en el que los mexicanos comiesen así, y el país fuese como en los spots. Ese “antes” no corresponde a ninguna realidad pasada, no es un término de referencia temporal. “Antes” es una idea del orden, un modelo, es un recurso ideológico, y una imagen de futuro. “Antes” remite a una sociedad en que la gente compra en el mercado frutas y verduras frescas, miel de colmena, y come en casa porque mamá cocina para la familia. “Antes” es un lugar imaginario, y la idea de un modo de ser. La expresión plástica de “antes” es el mundo de los comerciales de Televisa de hace cincuenta años. Y es el motivo básico del proyecto de gobierno, es el horizonte, el lugar al que aspira a llegar el movimiento de regeneración. La utopía se llama “antes”.
Siempre se tiene una representación imaginaria de la realidad: es necesario para entenderla, y sobre todo para poder comunicarla. Necesitamos “hacernos una idea” de lo que es un cártel, un campesino o un empresario, lo que es el campo o la industria. La representación puede ser más o menos realista o fantasiosa, y compartida de modo más o menos general. A ella recurren los discursos de los políticos siempre, cuentan con que nos hemos hecho una idea de las cosas, y la usan como punto de apoyo, como recurso de persuasión. A ese registro imaginario corresponde la figura retórica del “antes”.
Días más tarde, para explicar el aumento de la violencia, el secretario de seguridad dijo que los “brotes” obedecen a que hay “un debilitamiento evidente de los grupos criminales”, y que se pelean entre sí porque “ya no hay honor entre ladrones”. Es una frase hecha, producto de las fantasías de la industria cultural, no tiene nada que ver con lo que sucede: corresponde al mundo de “antes”. Implícitamente dice que ese futuro (sin violencia) es posible, puesto que fue “antes”, y la ilusión del tiempo reversible es el mecanismo ideológico central de la regeneración.