El regreso del progresismo

Ciudad de México /

La semana pasada, convocados por México, los líderes progresistas de América Latina anunciaron un gran proyecto de integración, inspirado en un nuevo modelo de desarrollo solidario. O casi. La prensa dijo eso. La verdad es que fue una reunión de un grupo de políticos en retiro que hicieron discursos lacrimosos y un poco cínicos, y firmaron un papel que no decía nada.

Cuando se juntan, su nombre artístico es Grupo de Puebla, y se tratan entre sí de “progresistas” porque suena bien y permite que quepan todos, pero no es fácil descifrar lo que significa. Es claro que a casi todos ellos les incomodan los derechos civiles, la libertad de prensa, las garantías procesales, el derecho de amparo; de los derechos sexuales y reproductivos, mejor no hablar con el obispo Lugo (ni con los regeneracionistas mexicanos, por si acaso); si quitamos la división de poderes, están de acuerdo con los derechos políticos siempre y cuando sean los suyos y nadie se meta con los gobiernos de Cuba, Nicaragua y Venezuela, pero la protección internacional de los Derechos Humanos les parece inaceptable. Para no discutir, podemos estar de acuerdo en que es un progresismo de los años 70. 

En los discursos se habló de unidad. Dilma Rousseff dijo que había que “integrar el continente”, Zapatero dijo que “una Latinoamérica unida es la clave”, varios “respaldaron la iniciativa” del gobierno de México para “unificar la región”, Lula da Silva pidió “aprender del ejemplo de Europa”. Y los demás en ese plan. Pero por supuesto que nadie piensa en integrar nada y no hay ninguna iniciativa de México. La idea de la unidad latinoamericana carece de todo fundamento, es derivación de la fantasía de que los latinoamericanos somos espirituales y no como los gringos (que es como decir que somos pobres, pero honrados). Tuvo su momento retórico y comercial hace 40 o 50 años.

Del ejemplo de Europa hablan todos, pero ninguno de ellos aceptaría una integración que comenzase por el compromiso de respetar la legalidad, aceptar reglas comunes, tribunales. Porque si algo está claro en su modelo de desarrollo, es que es “soberano”. Según el contexto, cuando dicen soberanía quieren decir aislamiento o autarquía, porque en el fondo entienden la soberanía como una forma de propiedad: con lo mío (mi país, por ejemplo) yo hago lo que quiero. No es exactamente el modelo europeo. 

El “modelo de desarrollo solidario” de la declaración final incluye cosas como la búsqueda de la igualdad, la incorporación del conocimiento a la economía, la reestructuración de la deuda externa o facilitar la transferencia de tecnología —¡cómo pasa el tiempo…! ¡Sonaba tan bien entonces! El texto termina con una nota críptica: dice que el modelo es “solidario” porque la solidaridad “fue la mayor contribución colectiva de los pueblos originarios al reclamado aporte ‘civilizador’ de la conquista”.

No es serio, pero no pretendía serlo. Es, para la diplomacia, como la pirámide de cartón-piedra del Zócalo. En vez de política exterior tenemos esto, un latinoamericanismo de peña folclórica, de quena y charango, y “Dale la mano al indio”.

Fernando Escalante Gonzalbo

  • Fernando Escalante Gonzalbo
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