La toma de Zacatecas

Ciudad de México /

El anuncio de la ocupación militar de Zacatecas es un poco arriesgado, porque se le hizo demasiada publicidad, y no es fácil que de eso resulte nada. En Guerrero es más o menos rutinario, los soldados son parte del paisaje, pero esto es otra cosa.

La toma de Zacatecas se anunció de manera enérgica, altisonante y vaga (“blindar”, se dijo). Las noticias hablaban de 3 mil 800 militares, también se dijo que más de 5 mil, y que en caso necesario se pediría a las regiones militares cercanas hasta 8 mil 200 soldados. Luego resultó que eran solo 460, porque el resto ya estaba allí. Pero no está claro qué es lo que esos soldados van a hacer, porque no está claro qué sucede en Zacatecas. La explicación del general Sandoval es la de siempre: Zacatecas “es un centro de comunicaciones con nueve estados, eso lo convierte en un lugar importante, los grupos delincuenciales pueden favorecer sus actividades, y representa un mercado importante para el narcotráfico”. Si con esa orientación van sus tropas, mal andamos. No se dice concretamente transportar qué, de dónde a dónde, ni por qué los grupos no se van por Durango o por San Luis o de plano por Veracruz, y desde luego no parece razonable que el millón y medio de habitantes de Zacatecas sea ese mercado. Pero sobre todo no se explica a qué se van a dedicar esos miles de soldados, ni bajo qué lógica ni con qué objetivos, ni cómo se puede evaluar lo que sea que hagan o cuándo se pueda anunciar la victoria (ni qué cuenta como victoria).

La ocupación se anunció con medio gabinete para explicar por enésima ocasión la política social, y otra vez se dijo que se trataba de “atacar las causas” —que estaría muy bien si supiésemos cuáles son las causas. No hay ningún estudio, ningún análisis ni modo de evaluar la eficacia que tiene repartir en efectivo, no tenemos más que una asociación retórica entre la pobreza y la violencia, el cuento del “semillero”. Ahora bien, si ésa fuese la solución, lo razonable sería ofrecerla abiertamente: a los delincuentes que decidan abandonar la vida del crimen se les pagará un salario mínimo o dos mientras aprenden un oficio (así iríamos a la vez contra el semillero y la cosecha). Si parece absurdo es porque es absurdo.

El problema básico, irremediable, es que no sabemos lo que sucede en el país, no sabemos por qué y cómo innumerables relaciones sociales necesitan hoy la mediación de la violencia. Si se mirase en cada región aparecerían explotaciones de madera, minería ilegal, conflictos de tierras, obra pública, gasolineras. Pero no sabemos tampoco por qué es necesario que sea el Ejército el que se ocupe de eso, no sabemos qué es lo que hace concretamente: con qué instrucciones se despliega, para buscar qué, para combatir a quién ni con qué objetivos. Como quiera son ya más de 15 años, ya sería hora de reconocer que el Ejército ha fracasado: si sirve para obras de infraestructura o para repartir medicinas, es otra cosa, pero es claro que no ha servido para reducir la violencia.

Es verdad que no se han planteado otras soluciones. Pero hay que comenzar por reconocer que ésta no ha funcionado: y que el Ejército regrese a los cuarteles porque ha fracasado.

Fernando Escalante Gonzalbo

  • Fernando Escalante Gonzalbo
Más opiniones
MÁS DEL AUTOR

LAS MÁS VISTAS

¿Ya tienes cuenta? Inicia sesión aquí.

Crea tu cuenta ¡GRATIS! para seguir leyendo

No te cuesta nada, únete al periodismo con carácter.

Hola, todavía no has validado tu correo electrónico

Para continuar leyendo da click en continuar.