Perdonar es un puente hacia la libertad. Inicia cuando te perdonas a ti mismo y eres capaz de dejar de juzgarte. Cuando descubres que nadie te está pidiendo cuentas y que la vida no te castiga por nada.
Perdonarte a ti mismo es dejar de sabotearte; dejar de quemar los puentes antes de cruzarlos. Tus errores no hacen que dejes de merecer el sol ni la lluvia. Si te fijas, la naturaleza no hace distingos: cada mañana el sol brilla sobre tu cabeza.
No importa cuánto te hayas equivocado; la aurora te regala otro día. Nuevo. No tienes menos oxígeno en función de tus fallas. Si eres capaz de tratarte tú también así, el milagro se ha operado. Has dado el primer paso del proceso del perdón: liberarte tú. E inicias un nuevo viaje ligero de equipaje.
El segundo paso es con la gente. Necesitas liberarte de la identificación. Perdonar a otros sin haberte perdonado tú primero, se llama autoengaño, hipocresía… mirar condescendientemente la paja en el ojo ajeno, ignorando la viga en el tuyo. El que te ofende grita y vocifera, seguramente no sabe manejar su propio dolor.
En la esfera de la inconciencia la gente hiere sin quererlo. No saben qué hacer con sus heridas. Cargan con un niño interior lastimado. Pero si no te identificas sus ofensas son solo de ellos.
El tercer nivel del perdón, es el puente a la espiritualidad. La sublimación de lo humano. Se trasciende la no-identificación. Más allá de la comprensión está la compasión. Y luego la no-reacción. Es amar mientras se te intenta ofender y experimentar la inmunidad que brinda el amor.
Ser capaz de enternecerse con el que vocifera. No es lástima. Es amor benevolente. Esto es el verdadero significado de “voltear la otra mejilla”. Es la antesala del amor crístico. Amar así vuelve innecesario el perdón. El último escalón del perdón es cuando te das cuenta de que no hay nada que perdonar.
De que no hubo ofensa. La mente y el ego callan. La soberbia ya no existe. Eso te libera para amar. Es la identificación con el espíritu, que no puede ser dañado por su esencia perfecta. Amar mientras intentan ofenderte. Es la última enseñanza del nazareno en la cruz, “Padre Mío, perdónalos porque no saben lo que hacen”.