La conversación pública mexicana que se generó a partir de las elecciones en Estados Unidos merece, al menos, una parte de la gran atención que se le ha dedicado a los resultados de éstas. En los diarios, en redes y en la televisión, una podía encontrar con facilidad el minuto a minuto del proceso, así como algunas explicaciones interesantes. Sin embargo, destacaron también los comentaristas que parecían estar interesados en las elecciones en tanto les daba material para hacer dudosas comparaciones con México y el presidente López Obrador.
Y es que a buena parte de comentaristas les encanta comparar y sacar necesariamente “lecciones” —me pongo a pensar si, después de las elecciones presidenciales en México, se publicarán en otros países decenas de artículos de opinión titulados (o que al menos que contengan la frase): “Lecciones de México para [inserte país]”—. El problema con las comparaciones a modo es que dejan de lado el contexto, lo particular de los hechos y lo explicativo. Además, quienes hacen este tipo de comparaciones suelen hacerlo a partir de grandes conceptos como populismo, mismo que normalmente es usado sin matiz alguno y como sinónimo de antidemocracia. Resulta curiosa la personificación y temporalidad de su uso: si en 2016, con la victoria de Trump, el tema fue el peligro del populismo, ahora la conversación gira en torno al fin de éste.
Otro tema de comparación ocurrió cuando comentaristas reconocidos y políticos se apresuraron a twittear sobre López Obrador en 2006 después de que Trump denunciara fraude. Desde luego, me podrían decir (y con razón) que cualquiera puede twittear lo que quiera, que Twitter no es serio, sin embargo, sobre este asunto no quisiera dejar pasar lo que Mauricio Tenorio bien apuntó en otra ocasión: “El problema no es que políticos y comentaristas utilicen los caracteres de Twitter o lo equivalente de lo que sea; el problema es que lo público, lo político son sólo concebibles con la simplicidad que implica la inmediatez, la tajante y chabacana lógica que demandan los caracteres de marras […] vivimos en la lógica de la simpleza y puras netas, netas, nada de matices”.
Por último, se generó una interesante polémica a partir de que ciertos medios de comunicación estadounidenses interrumpieron el mensaje de Trump: “porque lo que está diciendo el presidente de los Estados Unidos es, en su mayor parte, mentira”. Sobre ello, no debe sorprendernos la decisión colectiva tomada precisamente en el momento en que Trump va de salida, dado que los grandes medios son también actores políticos que obedecen a lógicas distintas. Tampoco debe sorprendernos, por lo tanto, la desconfianza que un sector pudiera sentir sobre este tipo de medidas, no porque defiendan a Trump, sino porque al igual que los políticos, los medios también mienten, manipulan o usan información a medias de acuerdo con sus intereses, siendo esto efectivamente un defecto de la conversación pública que siempre se debe denunciar, y remediar con trabajo de medios públicos o sociales que promuevan otro punto de vista respecto al derecho a la información.
Y si bien este debate discurre por vetas interesantes, también ocurrió que la mayoría de la conversación se enfocó en si los medios deberían hacer lo mismo aquí con las mañaneras —como si no decidieran ya qué fragmentos transmitir y bajo qué contexto presentarlo—. Es decir, la conversación nuevamente culminó entre ser obradorista o no, y según ello, la legitimidad de la censura. Al final, tenemos una conversación pública desoladoramente rota, con poca reflexión sincera y muchas netas; con poca escucha y unas cuantas verdades absolutas presentadas recurrentemente en diversas versiones, pero casi siempre sin matices. Es todo apego o repudio, renuncia a pensar y al entendimiento mutuo.