Hoy termina la gestión del presidente López Obrador. Ha sido una Presidencia dos meses más corta de lo habitual. Para muchos esto resulta lamentable, casi una injusticia; para otros es un alivio, un pequeño respiro, un oasis de tranquilidad. Los resultados de la administración de AMLO son ya motivo de feroz debate en los medios. Para los fanáticos de un lado, el país se está cayendo a pedazos. Vivimos ya en una dictadura. Para los del otro lado, todo ha resultado de maravilla. El país se ha transformado en tan solo seis años. Dinamarca, ¡allá vamos!
La realidad, como casi siempre, cae en un punto intermedio. La verdad es que este ha sido un gobierno de claroscuros: con avances importantes en algunas áreas y con pendientes, rezagos e incluso retrocesos, en otras. Ya habrá tiempo de analizar con más detalle unos y otros. Muchos, sin embargo, no se han esperado ni tantito a un periodo de reflexión y análisis. Ya comenzaron los elogios desmedidos y las críticas despiadadas. Lo que hay que ver y leer en estos días: panegíricos lacrimógenos, artículos lisonjeros y oratoria zalamera de un lado; rostros iracundos, prosas atropelladas cargadas de adjetivos y dedos flamígeros por el otro. Tomar distancia y un poco de serenidad no le vendrían mal a nuestra conversación pública.
En general, las posturas extremas en estas discusiones no aportan nada. Ni contribuyen a entender lo que está pasando ni ayudan a su propia causa. Por ejemplo, aquellos que creen que todo va mal son incapaces de explicar la aprobación del Presidente o los resultados electorales. A menos, claro, que concluyan que la gente es tonta y que no entiende ni lo que está votando, como ya lo han insinuado o expresado abiertamente algunos opinadores (Zaid, por ejemplo). Otra forma de explicarlo, según ellos, es que todo se debe a las dádivas (así les dicen) que otorga este gobierno en forma de programas sociales. Ese tipo de argumentos por lo general terminan revirtiéndoseles, porque precisamente son esas posturas clasistas contra las que ha votado la gente.
Por otra parte, las posturas excesivamente oficialistas tampoco ayudan mucho. Negar los errores u omisiones de la administración saliente no sirve de nada. Reconocerlos ayudaría a identificar alternativas, plantear soluciones y, eventualmente, a mejorar los resultados. Un ejemplo típico es el de la salud. Hay quienes se niegan a aceptar el fiasco del Insabi, a pesar de que el propio gobierno lo reconoció al extinguirlo y dar paso a una nueva institución, el IMSS-Bienestar. Culpar a los gobiernos pasados de problemas como el de la inseguridad tampoco ayuda mucho y ayudará aún menos en el futuro. Son ya seis años de gobierno y pronto habrá continuidad. Si algo va a servir hacia adelante será la autocrítica. De la oposición no puede esperarse mucho. Ya lo hemos visto: no hay planteamientos concretos ni búsqueda real de alternativas. Por lo mismo, la verdadera oportunidad de tener mejores resultados en las áreas con pendientes deberá provenir desde dentro del movimiento gobernante o de las voces independientes. Censurar o tratar de descalificar esas posturas, como han tratado algunos recientemente, es el camino más directo al fracaso. La hubris es mala consejera.