Este jueves será el final del alfarismo en el poder, un movimiento político que nació a partir de los impulsos y planes de un grupo encabezado por un individuo de ideas fijas y personalidad polémica.
Enrique Alfaro propuso para Jalisco una idea basada en un recorrido territorial. Luego de visitar los municipios del estado y ganar la elección de la mano de las fuerzas vivas de la Universidad de Guadalajara, el gobernador saliente lanzaba la idea de refundar Jalisco: una nueva forma de convivencia política de forma doméstica y federal. Respuesta a la avanzada de López Obrador o trampolín para el futuro, el ‘refundar’ el estado parecía una propuesta que terminaría abortada por múltiples motivos, iniciando por la inseguridad.
Alfaro se tropezó con una estrategia de seguridad ligada a los afanes federales de dejar hacer, dejar pasar al Crimen Organizado. Podrían las cifras –basadas en los números que Durazo o Rosa Icela presumían en toda región– ilustrar avances, pero la percepción social era otra a partir de las faltas de certidumbre y el aumento escandaloso de desaparecidos en la región. Atrapado por la trampa de la 4T, Alfaro tenía además un problema extra: su mala relación mediática. Cierto, mucha de la prensa jalisciense tenía una obsesión personal contra el gobernador, pero poco ayudaba el áspero trato y la nula ayuda de los satélites que estaban a su alrededor. Alfaro atraía para sí los errores y confrontaciones con pocas líneas de defensa hacia el embate –legítimo o no– de prensa y opositores.
Hubo claras mejoras en transporte, red e infraestructura digital y agricultura, poco reconocido es el acierto de no sumarse al INSABI –desastre que sufre aun el país, ante la indolencia federal– y se ha diluido cómo tuvo razón en la estrategia contra el covid-19 ante la locura del rockstar de la pandemia (respaldada esta por la necedad presidencial).
A Alfaro lo alcanzó el desgaste y la contrapropaganda. El caso de Giovanni López y los movimientos subsecuentes fueron severos. A la fecha, sigue sin respuesta quiénes eran los responsables que, desde los Sótanos del Poder, intentaban desestabilizar su gobierno.
El alejamiento de Raúl Padilla y la guerra entre la UdeG y el gobierno sólo puede leerse como una suma de viejos agravios y el favor al amigo que estaba en Palacio Nacional. López Obrador presionó a Padilla a niveles de sevicia, aunque haya poca luz sobre ello hoy ante la evidente animadversión entre Alfaro y el político fallecido que se llevó los reflectores.
Del grupo compacto que comenzó el alfarismo no queda nada. Enrique Ibarra va al retiro, Ismael del Toro en el exilio, Alberto Uribe en la oposición, Clemente Castañeda como vaso comunicador con el siguiente gobierno estatal y Hugo Luna como el último bastión y –veremos– principal receptor de golpes desde mañana. Falta un nombre que nunca estuvo en la mesa: Rafael Valenzuela.
Alfaro tenía una ruta que debió mover no solo por los escándalos de construcción o golpes mediáticos, sino por el alejamiento y traiciones dentro de Movimiento Ciudadano.
Ahora, a 24 horas. La salida del poder es agridulce. Su video de ayer donde recrimina a los medios es muestra de ello.
Es el último día del alfarismo, pero no de Enrique Alfaro. El salto de regreso a la política no solo es lógico sino cantado para alguien como el gobernador saliente. Habrá que esperar un año, ciclo donde Jalisco será otro y donde seguro el país tendrá espacio para un personaje que se crece al conflicto…de hecho, lo busca.
Un personaje que, mientras tanto, tendrá su tormenta del año siete.