Desde los años 90 del siglo pasado, dice Steven Levitsky, coautor de Cómo mueren las democracias, con la declaración de guerra del congreso republicano a la presidencia demócrata de William Clinton, Estados Unidos ha venido rompiendo las dos reglas no escritas de la democracia moderna: la tolerancia del adversario y la autocontención institucional.
La consecuencia ha sido una polarización creciente, en la que la rivalidad política deriva paulatinamente en odio y la tolerancia en condena.
En los años 60 del siglo pasado solo 5 por ciento de republicanos y demócratas decían sentirse molestos si sus hijos se casaban con gente del partido contrario. Esa molestia ha crecido a 50%.
La polarización se da en el contexto del debilitamiento de la hegemonía blanca. La ola de derechos civiles trajo al escenario a la gran minoría afroamericana. La migración llenó las ciudades con miembros de la hoy mayoritaria minoría hispánica.
El perfil de republicanos y demócratas quedó fijado antagónicamente: los republicanos en la lógica de la mayoría blanca, conservadora, tradicionalista; los demócratas en una coalición arcoíris de blancos, afroamericanos e hispanos, de difícil administración política y baja cohesión identitaria.
La presidencia de Obama fue vivida por los republicanos como una amenaza existencial y produjo a la vez un repliegue identitario blanco y una mayor polarización política.
En el seno de ese proceso de cambio nació la candidatura de Trump.
Trump debe ser visto, dice Steven Levitsky, como un síntoma del cambio de la sociedad estadunidense, no como el inicio de ese cambio.
Lo anterior quiere decir que la polarización y la crisis de la democracia estadunidense no terminarán con la derrota de Trump, sino que encontrarán otros Trumps en el futuro, acaso más eficaces y mejores políticos que Trump.
De todas las notas de Levitsky sobre la democracia estadunidense, esta es la más inquietante: Trump es el síntoma, no la enfermedad.
La enfermedad parece uno de esos cambios de larga duración de que hablaba Fernand Braudel: cambios que tardan en llegar pero tardan en irse, y terminan confundiéndose con la naturaleza de los pueblos, con las costumbres de la sociedad.
hector.aguilarcamin@milenio.com