Sacrilegio y milagro guadalupano

Ciudad de México /

Guillermo Schulenburg fue abate de la Basílica de Guadalupe entre 1963 y 1966. Se hizo sacrílegamente célebre por su negación de Juan Diego, a quien, como sabe todo guadalupano, la Virgen de Guadalupe se le apareció en el cerro del Tepeyac, un sábado de diciembre de 1531.

Quien niega la existencia de Juan Diego, niega las apariciones de la Virgen. En cierto modo, niega a la Virgen. ¿Qué realidad puede tener la Guadalupana, patrona y reina de México, si se niega su aparición?

Negar la aparición parece negar el centro del culto guadalupano. Pero hay una veta del guadalupanismo eclesiástico que descree de la aparición sin descreer del milagro guadalupano.

Es una veta que hunde sus raíces en la aversión de los primeros evangelizadores a la mezcla de “falsas” deidades indígenas con deidades “verdaderas” de la fe católica.

Nada sino una mezcla de deidades indígenas y españolas era el culto novohispano de la ermita del Tepeyac: la hibridación de la Tonantzin indígena, diosa de la tierra, con la efigie de una virgen morena, trasunto católico de la virgen mora de Extremadura.

Como escribí ayer, en 1887, el obispo de Tamaulipas, Eduardo Sánchez Camacho, se opuso a la coronación de la Guadalupana porque “sólo fomentará la superstición y la ignorancia en el pueblo”. Y el entonces canónigo de la capilla del Tepeyac, Vicente de Paul Andrade, se opuso también.

¿Descreían estos clérigos del milagro guadalupano? No. Para estos clérigos del siglo XIX, como para el abate Schulenburg en el XX, el milagro del guadalupanismo no era la aparición física de la Virgen, sino su propagación espiritual en el corazón religioso de México.

La Virgen se habría aparecido a lo largo de los siglos en el corazón del pueblo, no en el cerro del Tepeyac. Y su mensaje no era el de un privilegio divino, sino el de un consuelo terrenal, tal como lo repitió Schulenburg, en más de dos mil sermones con la fórmula incantatoria, citada por Carlos Marín en este diario (MILENIO, 20/7/09):

“¿No estoy yo aquí, que soy tu madre? ¿No corres en todo por mi cuenta? Entonces, ¿qué puedes temer?”.

El milagro de fe colectiva sugerido por Schulenburg no necesita a Juan Diego. Es un milagro superior, puramente espiritual.

  • Héctor Aguilar Camín
  • hector.aguilarcamin@milenio.com
  • Escritor, historiador, director de la Revista Nexos, publica Día con día en Milenio de lunes a viernes
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