Recobro de esta misma columna, en una edición de hace quince años, años (24/6/2011), unos aforismos sobre política que quizá no hayan perdido pertinencia, y que quizá nos recuerden algo de lo que vemos, con desnudez inigualable, cada día:
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Hay que estar un poco loco para querer gobernar a otros.
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Dijo el clásico mexicano: “La moral, en política, es un árbol que da moras o no sirve para nada”.
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La política es barroca: no tolera el vacío.
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La política es el arte de parecer orientado en un circo de desorientados.
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La política es del aquí y el ahora, del cómo y el con quién.
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El aquí y el ahora de la política no se eligen, están. Se eligen solo el cómo y el con quién.
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No hay la política del mañana sin la política del hoy.
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La política del mañana es, en realidad, la ruina de la política del hoy.
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La política, en realidad, no tiene mañana.
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Es fácil hablar, es difícil hacer. Lo más difícil es hacer sin hablar.
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El arte de negociar es obtener lo que le importa más a uno a cambio de lo que no le importa.
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El arte de la política consiste en subirse a los acontecimientos como si dependieran de uno. Lo mismo que el surfista se sube a la ola que el océano le da.
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En política importa tanto ser como parecer. De hecho, en política ser es parecer.
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El arte de la política es parecer un personaje indispensable en un mundo de personajes prescindibles.
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El buen político adivina las intenciones de sus adversarios antes de que éstos las hayan tenido.
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La política es el arte de la introspección de los otros.
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En la política, como en el toreo, la plaza se rinde ante las grandes estocadas.
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La política es una mujer pública: siempre cobra por sus servicios.
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El político carga el pasado como Eneas a su padre, y ambos huyen de alguna Troya y buscan fundar alguna Roma.