La conmoción que detonó el asesinato de los sacerdotes jesuitas Javier Campos y Joaquín Mora en Cerocahui, Chihuahua, en junio de 2022, dio origen a los Diálogos por la paz, y al Compromiso por la paz, un esfuerzo valioso y esperanzador en la lucha contra la inseguridad, pero insuficiente.
¿Por qué? Porque no basta.
La descomposición social producto de la violencia y el crimen organizado es de tal magnitud que imaginar un futuro en México sin esa presencia es difícil. Incluso más allá de tendencias o de comparativas sexenales.
La transformación operada en el Estado en las últimas décadas, producto de la violencia, es de tal dimensión que indigna que se vuelva parte de la contienda electoral.
La simplificación discursiva que implica condenar el trabajo que realizan miles de personas en las fuerzas armadas y en el Estado para garantizar la paz, por una animadversión a quien encabeza el gobierno es no sólo frívolo sino inaceptable.
Por eso es tan alentador que las iglesias, en plural, se hayan reunido en este esfuerzo.
En los Diálogos por la paz han estado lo mismo la Alianza de Ministros, la Iglesia Anglicana de la resurrección, el Consejo Interreligioso de México, la Iglesia de Jesucristo de los santos de los Últimos días, las comunidades musulmana, Islámica Chiita, el Culto de Sikh Dharma, la Iglesia Ortodoxa Griega y representantes del budismo, entre otros, en un esfuerzo ecuménico que rebasa fronteras ideológicas.
Eso mismo se pide a los partidos y las figuras políticas en competencia, que trasciendan sus diferencias y se unan en una tarea que le deben a todos los habitantes del país, lo contrario sería traicionarnos.
Como de alguna forma lo están haciendo, pues apenas firmaron el acuerdo cuando ya lo estaban violando.
No bien salieron de la firma del acuerdo ecuménico por la paz, tanto Xóchitl Gálvez como Jorge Álvarez Máynez estaban ya de regreso usando la inseguridad como tema central de la contienda.
Por eso es obligado que ellos, sus equipos y líderes partidistas den marcha atrás y cobren conciencia de que el futuro del país pasa por dejar de enlodarlo en la escena electoral.
Este compromiso para unir esfuerzos por construir un México más seguro y pacífico, donde se atienda integralmente y con protección a los derechos de las víctimas, obliga a centrar los esfuerzos más allá de las elecciones.
La propuesta de agenda de seguridad elaborada por 50 personas expertas, para enfrentar la situación de violencia e inseguridad que vive el país, es un buen punto de partida, insuficiente, sí, pero un paso en la dirección adecuada.
Falta, por supuesto, que se entienda que el tema de la seguridad está ligado a la desigualdad, algo que tienen claro personas expertas en antropología y sociología pero que el documento de las iglesias apenas reconoce.
Porque hablar de estructuras que "durante décadas operaron y permitieron que tuviéramos un país en paz, aunque profundamente injusto e inequitativo social y económicamente".
Era la paz de los sepulcros, la misma que reina en el país de los desaparecidos y las fosas clandestinas.