'Ensayo sobre la ceguera', ficción que se mimetiza con el presente

  • De Tácticas y Estrategias
  • Horacio Besson

Ciudad de Méixico /

El pasado 16 de noviembre diversas voces de distintos países se unieron para leer a José Saramago. Se escucharon, entonces, palabras en diferentes lenguas. Ahí estaban, entre otras, el francés y el español. Pero sobre todo estaba presente el portugués en su abanico de acentos y ritmos: de Mozambique y de Angola; de Brasil y de Portugal.

Voces coincidentes, todas ellas de niños, para leer en alto el cuento La flor más grande del mundo. Mientras tanto, en Azinhaga, el pueblo natal de Saramago, se plantaba un olivo. El número 99.

Esos críos y ese árbol son el inicio de una serie de eventos y ceremonias que enmarcarán durante todo un año el camino para llegar al 16 de noviembre de 2022; entonces, habrá un nuevo olivo en Azinhaga -el número 100- para conmemorar el centenario de Saramago.

Y mientras esos niños, ese olivo y ese cuento se acogían en la imaginación, la palabra y la magia de Saramago, Europa —en Sísifo pandémico— observaba una nueva ola de covid-19.

Y ahora, cuando inician las celebraciones rumbo al centenario de Saramago, en medio de una pandemia que ha devorado a más de cinco millones de vidas humanas, Ensayo sobre la ceguera retoma su fuerza con un nuevo sentido.


Ilustración. Luis M. Morales


Porque si en 1995, cuando fue publicada, era un ejercicio literario para exhibir a una sociedad egoísta, cruel y determinada en lograr su autodestrucción, y la pandemia era un mero hilo conductor para resaltar hasta qué grado podemos llegar los humanos —tanto en la barbarie como en la resistencia y en la solidaridad—, ahora vemos con espanto el reflejo del coronavirus en sus páginas. La ficción y la lejana probabilidad de una peste se volvieron, 25 años después, en esa posibilidad rayana en la pesadilla desatada.

Hoy, su realidad imaginada se transmuta para alcanzarnos y mimetizarse por instantes con nuestro presente covid: un buen día, de la nada, en una ciudad cualquiera, de cualquier país, una pandemia aparece en medio de la rutina urbana. Incertidumbre, miedo, impotencia, reclusión y muerte. ¿Debo añadir algo más?

Sin embargo, la historia de Saramago es más sombría; en sus páginas, la devastación es la constante. Ahí la pandemia, los egoísmos, las crueldades individuales y grupales, así como los estados represores, son detonaciones y consecuencias.

En Ensayo sobre la ceguera uno no puede ser sólo espectador: invariablemente seremos sometidos a momentos y escenarios, en los límites de la dignidad y la desesperación humanas, para estremecernos e indignarnos, para imaginarnos en situaciones extremas, escatológicas y de terror al descubrirnos impotentes ante la muerte lenta, implacable e inexorable.

Saramago entretejió distintos hilos que nos atan, como lectores, a los personajes en un vacío ciego. Así, caminamos en la confusión, siempre creyendo que estamos al borde de un abismo, imaginario la mayoría de las veces, que nos paraliza y nos vulnera al desnudar nuestros más primitivos temores que de tan arraigados, desgarran a nuestra razón y a nuestro espíritu al quedar expuestos y liberados.

Y ahí está Saramago jalando las hebras para oprimir cada vez más el corazón del lector: cada hilo representa a un miedo particular, y al mismo tiempo, a una advertencia específica.

Un apunte

Al final, con o sin covid, el escritor portugués nos advierte que no solo la oscuridad nos ciega

Porque aquí la distopía, con esa sociedad deshumanizada cazadora-cazada, converge con una historia de verdadero terror individual cuando uno se percata que, sin la vista colectiva, no hay nada en un mundo que sólo funciona para ser visto (“ser fantasma debe de ser algo así, tener la certeza de que la vida existe, porque cuatro sentidos nos lo dicen y no poder verla...”) y, al no ver nadie, nada se mueve, y si nada se mueve, todo se muere: el arte, la cadena alimenticia, la economía, la ayuda médica y la esperanza misma.

O casi, porque Saramago no apaga todas las luces: la última antorcha la portan valientes mujeres, una en particular, pese a la tiranía machista.

Al final, con o sin pandemia, Saramago nos advierte que no solo la oscuridad nos ciega sino, muchas veces, el exceso de luz y no la externa, sino esa que nace de lo más hondo de nuestro ser. Ahí, donde nuestros miedos son amos y señores. 

Horacio Besson

Más opiniones
MÁS DEL AUTOR

LAS MÁS VISTAS

¿Ya tienes cuenta? Inicia sesión aquí.

Crea tu cuenta ¡GRATIS! para seguir leyendo

No te cuesta nada, únete al periodismo con carácter.

Hola, todavía no has validado tu correo electrónico

Para continuar leyendo da click en continuar.