En un mundo convulsionado, los lunáticos se regocijan y los conspiracionistas se multiplican. En una especie de éxtasis, construyen teorías de lo más extrañas para justificar su inconexo terror por el fin de los tiempos.
Pensar que la alta tecnología que sustenta internet alimentará la lógica, el raciocinio y el argumento sólido para erradicar esas absurdas teorías es, por decir lo menos, ingenuo.
Las enfermedades y los magnicidios siempre han estado en el top de aquellos que en todo ven mano negra de judíos, masones, illuminati, reptilianos, homosexuales, magnates, científicos (y un largo etcétera de acuerdo al grupo que concentre sus aberraciones, fijaciones y fobias) pues juran y perjuran que ya sea desde la palestra más iluminada o desde obscuras cámaras, mueven los hilos del poder.
Ya en el siglo XIV se le achacó a los judíos la propagación de la peste negra que acabó con una tercera parte de la población europea; o a los alemanes la gripe española, hace 100 años, que provocó entre 25 y 50 millones de muertes.
Tras ellas, el sida, el ébola, la H1N1... para todas hay una explicación conspiracionista.
Al final, todo se trata de política y dinero; de ese control absoluto del planeta y la mejor manera de hacerlo, arguyen, es a través de sabotear la salud de millones de personas y en atenazar a los gobernantes para que no se salgan del redil.
Los asesinatos de políticos siempre han causado, más allá del dolor e impacto naturales, morbo y en épocas del instante vuelto normalidad gracias a las redes sociales, una verdadero paroxismo de masa.
A principios de septiembre del año pasado, en algunos diarios apareció una nota casi perdida: Sirhan Sirhan había sido apuñalado.
Sirhan Bishara Sirhan tenía 24 años cuando el 5 de junio de 1968 decidió vaciar su revólver calibre .22 sobre el cuerpo de Robert F. Kennedy entre el caos de una multitud arremolinada en la cocina del Hotel Ambassador de Los Ángeles.
Kennedy tenía asegurada la nominación demócrata a la presidencia con posibilidades de llegar a la Casa Blanca… como su hermano asesinado en 1963.
La serie de errores, el magnicidio de John K, los relatos inverosímiles en torno a las causas que lo llevaron a cometer el crimen y los malabares que tuvo que hacer un solo tirador para lograr su objetivo, alimentaron múltiples teorías —unas serias, las más de hechura conspiracionsta— sobre los verdaderos asesinos.
El propio Sirhan sumó su defensa a una de ellas al afirmar que su decisión de matar a Kennedy fue provocada por la CIA tras hipnotizarlo y “robotizarlo” bajo el programa secreto MK Ultra.
Sirhan vive olvidado en una prisión californiana mientras el covid, el cambio climático, Bill Gates y las reivindicaciones de afroamericanos y gays son desenmascarados por los conspiracionistas y QAnon nos advierte de los pedófilos que buscan, a toda costa, derribar al gran gurú de la libertad encarnado en... Donald Trump.
Ya lo advertía Umberto Eco en El cementerio de Praga: “Cuando todos los hechos resultan completamente explicables y verosímiles, entonces el relato es falso”.
Poco importa la luz emanada de la razón cuando el fanatismo se regocija de su inmaculada ignorancia.
horacio.besson@milenio.com
@hbessonphoto