Bert van der Zwaan escribió en 2018 un ensayo maravilloso llamado “La historia de la taxista de Cambridge y el futuro de la universidad”, y su lectura invita a reflexionar más allá de su tema hacia las razones detrás de la nueva realidad que vivimos. El autor cuenta que en un trayecto desde el Clare College hasta la estación de trenes de Cambridge escuchó de su conductora una lección de perspectiva que nos puede ser muy útil.
Mientras conducía, ella le dijo que el florecimiento de Cambridge era solo para una élite, pues para ella la situación era distinta: conducía un taxi porque para ella la educación superior era algo impagable y vivía a una hora de distancia porque los académicos de Cambridge habían elevado las rentas del lugar hasta niveles también monstruosos. En sus palabras: “No estamos protegidos en un mundo que se globaliza, estamos perdiendo ante otros, no participamos de la prosperidad”.
El académico, que había asistido a una conferencia del rector donde se tocaron los retos de la universidad en un mundo competitivo y los valores del conocimiento, abrió los ojos sorprendido. Recordó una carta de Stephen Hawking a The Guardian (1 de diciembre, 2016) en la que el célebre físico reflexionó: “Vivimos en un mundo de desigualdad financiera creciente, no decreciente, en el que mucha gente ve que está desapareciendo no solo su estándar de vida, sino su capacidad de ganarse el pan”.
En pocas palabras, Hawking y Van der Zwaan descubrieron la torre de marfil. Y el segundo hizo una acotación que enrarece el contexto: “Los hechos apenas juegan más un papel importante, y el debate social se ve gobernado primordialmente por las emociones”. Bienvenidos a la era de la posverdad. Esta inquietud, este descontento que bien retrató en sus libros el economista Joseph E. Stiglitz, ha sido el combustible detrás de la embestida global de los populismos, del triunfo del Brexit, del ascenso de Trump y, claro, de la inexplicable popularidad de nuestro inefable Andrés Manuel López Obrador.
En El malestar de la globalización, el ya citado Stiglitz parece coincidir con López Obrador cuando señala que “el desarrollo consiste en transformar las sociedades, mejorar las vidas de los pobres, permitir que todos tengan oportunidad de salir adelante y acceder a la salud y la educación”. Sí, pero también dice que “los países en desarrollo necesitan estados eficaces, con un poder judicial fuerte e independiente, responsabilidad democrática, apertura y transparencia, y quedar libres de la corrupción que ha asfixiado la eficacia del sector público y el crecimiento del privado”. O sea que ya nos cargó el payaso.