Un tranvía llamado deseo

Ciudad de México /

En una de las secuencias más estrujantes de la película Todo sobre mi madre, de Pedro Almodóvar, el personaje de Manuela (interpretado magistralmente por Cecilia Roth) afirma: “Un tranvía llamado deseo ha tenido una importancia capital en mi vida”. Yo podría decir un poco lo mismo.

Conocí la obra en 1983 cuando se presentó en el teatro Manolo Fábregas en una estupenda puesta en escena dirigida por Marta Luna y protagonizada por Jacqueline Andere, Humberto Zurita y Diana Bracho.

El montaje me impactó, los personajes me fascinaron, la historia me estremeció. Compré entonces el libreto (que ahora tengo en varias versiones), y lo he leído una y otra vez.

Desde aquel lejano entonces he visto varios montajes (teatrales, operísticos, cinematográficos…) y siempre vuelve a conmoverme la historia de Blanche Dubois, uno de los personajes trágicos más icónicos de la dramaturgia del siglo XX (y quizá de la historia).

Escrita por Tennessee Williams, esta pieza (definida como una tragedia moderna) Un tranvía llamado deseo es de esas obras que, aunque conozca uno la trama, siempre quiere volver a ver para conocer la propuesta de montaje y disfrutar (¡ojala!) de actuaciones memorables.

Con esas muy altas expectativas me lancé al teatro Julio Castillo (del Centro Cultural del Bosque) para conocer la propuesta dirigida por Diego del Río y protagonizada por Marina de Tavira, y…

La primera sorpresa es entrar a la sala y ver una disposición enteramente singular: una gran plataforma al centro rompe el tradicional escenario a la italiana. Dos gradas (también sobre el escenario) la flanquean, y de la butaquería habitual sólo se usa la primera parte.

Eso anticipa un montaje diferente. ¡Y vaya que lo es! El elenco entra y sobre la plataforma camina, sonríe, calienta los músculos, entona la voz. Lo que comúnmente se hace en camerinos, está aquí a la vista del público. Y a partir de ahí, todo es novedoso.

Diego del Río, el director de escena --sin duda uno de los más sólidos representantes de su generación-- se lanza a reinterpretar este clásico estrenado en 1947, y hace una propuesta realmente actual, llena de fuerza, con alma, que conmueve e impresiona.

Para lograrlo, Diego se apoya en un equipo creativo excelente, encabezado por Jesús Hernández (escenografía e iluminación); Jerildy Bosch (vestuario); y Andrés Penella (música original). ¡Felicidades a cada uno!

Y todo esto al servicio de un elenco brillante.

Desde su nacimiento, el personaje de Blanche ha sido un reto para sus intérpretes. Baste mencionar que Jessica Tandy y Vivien Leight, obtuvieron respectivamente Tony y Óscar por sus trabajos en Broadway y en el cine. Ambas dirigidas por el mítico Elia Kazan.

A los de ellas se han sumado otros nombres de grandes actrices como Gleen Close, Jessica Lange, Natasha Richardson, Cate Blanchet, Isabelle Huppert, Ann Margret, y en nuestro país, María Douglas, la ya citada Jacqueline Andere, Diana Bracho y Mónica Dionne…

Ahora, el reto cae sobre Marina de Tavira quien tiene una muy larga y sólida trayectoria en teatro (Feliz Nuevo siglo doctor Freud, Santa Juana de los mataderos, Traición, Crímenes del corazón, Tragaluz, La anarquista…) Un reto del que sale más que airosa.

Blanche es la representación viva de la caída del ‘american way of life’. Tras los horrores experimentados y vistos en II Guerra mundial, el mundo no podía seguir igual. Y en Blanche se concreta esa destrucción, esa desilusión, esa lucha por mantenerse y tratar de frenar un destino de es fatal, ineludible.

Marina se suma con este trabajo a esa lista de memorables actrices que no sólo actúan, sino que se transforman en la heroína trágica que depende siempre “de la bondad de los extraños”.

En el extremo opuesto a Blance se encuentra el personaje de Stanley, que se estrenó en teatro y cine en el cuerpo del gran Marlon Brandon, y que ha pasado también por Vittorio Gassman, Marcelo Mastroianni, Wolf Ruvinskis y el ya mencionado Zurita.

En esta puesta es Rodrigo Virago quien le da vida. Completan el elenco Astrid Mariel, Ana Clara Castañón, Alejandro Morales, Mónica Jiménez, Andrés Penella, Federico Di Lorenzo, Diego Medel, Diego Santana y Patricia Vaca. Aplauso a cada uno de ellos.

Como era de esperarse, las funciones de Un tranvía llamado deseo se han convertido en un imán y las localidades para toda la temporada se han agotado ya.

Hay mucha gente que quiere verla, ojalá la breve temporada puede extenderse un poco más, pues como bien dice Italo Calvino, “los clásicos nunca pierden vigencia”; a lo que yo agregaría, incluso hay ocasiones en que ésta crece cuando se les actualiza, como en este caso, donde el texto es respetado íntegramente, pero en un montaje propio de este siglo XXI.


  • Hugo Hernández
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