A casi un año y medio de pandemia, recibimos las nuevas olas de covid en un escenario complejo de crisis económica y desgaste social. En este marco de circunstancias, bares, escuelas de danzas y eventos han permanecido cerrados en distintos momentos para evitar brotes de contagio.
Aún así, el baile parece ser uno de los contrastes que más prevalece. En el encierro muchos han encontrado la manera de bailar y los challenges en apps como TikTok se multiplican como arroz.
¿Por qué en medio de tiempos difíciles bailamos?, comencemos por recordar que lo hacemos desde las cavernas. Expresarnos a través del movimiento de nuestro cuerpo es algo instintivo y catártico.
No importa cuánta tecnología nos rodee, nuestra fisonomía está diseñada para sentir la urgencia de moverse. Pareciera que la limitación de transitar y el estrés del peligro latente, activa el llamado a mover las articulaciones. Ésta no es la primera pandemia que bailamos.
Durante la época medieval surgieron las “danzas macabras” o “danzas de la muerte” como género que se popularizó y que funcionaba como catarsis y como alegoría a la fragilidad de la vida. En ese momento, la crisis de la peste negra cobraba vidas diariamente. Artistas retrataron estos episodios y colocaban a la muerte en la escena junto con los danzantes, como una invitación a bailar con ella.
Otro episodio interesante, fue la fiebre del baile en Francia durante el verano de 1518. Se relata que una mujer salió a la calle y comenzó a bailar sin descanso por varios días hasta que falleció, para ese momento ya se habían unido otras personas que siguieron danzando a pesar de lo sucedido.
A fin de mes, más de 400 personas se habían unido al baile, muchos sufriendo consecuencias físicas e incluso la muerte. Explicaciones para una histeria colectiva de este tipo se sustentan en contextos como la hambruna que se vivía en la época, que pudo desatar estados febriles, o la presunción de la existencia de un hongo en los cultivos que pudo ser detonante de efectos alucinatorios.
Estos casos, son ejemplos un poco perturbadores, tomando en cuenta que el baile muchas veces está asociado a un momento celebrativo.
Pero, realmente, la danza ha aparecido en muchos momentos de nuestra historia y en muchas culturas para ayudarnos a darle significado a ritos y momentos. Una referencia son los derviches turcos que bailan dando vuelta para acceder a una especie de meditación mística.
Por eso, ahora, que tenemos un enemigo microscópico, el baile cobra relevancia una vez más, como una respuesta instintiva en un mundo detenido a medias. Esto tiene sentido, si tomamos en cuenta que el cuerpo es nuestro primer instrumento de expresión y que en este tipo de actividad hay un montón de claves.
Por un lado, el beneficio a largo plazo que aporta a nuestro cerebro, promoviendo la reducción del estrés, el desarrollo del pensamiento flexible y, en consecuencia, la creatividad. Y por otro, en su dimensión social, la danza procura el encuentro y el contacto con otros individuos. Esto ayuda a ejercitar nuestras respuestas ante situaciones sociales y a fortalecer la conexión con otros.
Podría decirse que bailar está en la sangre y apps como TikTok, más allá del algoritmo para potenciar tu engagement, saben capitalizar este tipo de cosas primarias, en un tiempo en el que necesitamos con más insistencia la gratificación inmediata y la necesidad de expresarnos y crear se dirigen hacia una pantalla.
Ida Vanesa Medina P.