Hikikomori es un término en la cultura japonesa que remite a los ermitaños que deciden por una u otra razón separarse de la sociedad en una fase que puede durar meses o años. Incluso existen asociaciones civiles que ayudan a estas personas a tratar de reincorporarse a la sociedad.
Generalmente, en este fenómeno tiene mucho que ver la expectativa del deber social y de productividad que en la cultura nipona tienen un peso importante. Estándares exigentes que pueden sobrepasar a muchos individuos.
Los hikikomoris son considerados “flojos” o una carga para la familia por muchos. Pero esta condición, en principio relacionada a los adolescentes y jóvenes, cada vez es más común en adultos. Las estadísticas siguen en ascenso y dan pie para el debate sobre la “obsesión” cultural con el éxito y la productividad.
Otro caso en Asia, es el de Corea del Sur, el tercer país con jornadas más largas a nivel mundial. A pesar del crecimiento económico, las problemáticas que causa este ritmo en el bienestar de la población impulsaron a su actual presidente, Moon Jae-In, a promover el “derecho al descanso” a través de la reducción de las horas de trabajo.
Estos ejemplos parecen distantes culturalmente hablando. Karoshi, es una palabra japonesa que se refiere al fenómeno de “morir de demasiado trabajo”. Sin embargo, en 2018, en Japón, el promedio de horas laboradas al año era de 1713, cifra que estaba por debajo del promedio de la OCDE y 542 horas menos del promedio que tenía México para ese momento.
Resulta, entonces, sorprendente que México es el país de la OCDE con más promedio de horas de trabajo al año y menos días de vacaciones. De acuerdo al Foro Económico Mundial, por qué puede residir en factores como un marco legal muy laxo para proteger los derechos de los trabajadores y el miedo al desempleo.
Desde esa perspectiva se podría asegurar que nuestro país es un país trabajador por antonomasia. Culturalmente ha perdurado la creencia de que una persona que permanece jornadas de trabajo más largas es garantía de avance en los objetivos de la organización.
No obstante, más horas de trabajo no se traducen en mejor sueldo y, menos, en más productividad. De hecho, la productividad de este país está muy por debajo de la de otros con menos de 40 horas semanales promedio. Está estancada desde 2008 y en cambio, son cada vez más comunes problemas como el burnout, la ansiedad y otros padecimientos relacionados al estrés.
Somos un país en vía de desarrollo. Una de las economías más importantes de la región y, a la vez, una de las sociedades con más desigualdad. La pandemia incrementó este desbalance y aún nos tiene en modo resiliencia. El miedo al desempleo aumentó y el promedio de horas del home office en 2020 es mayor al prepandémico.
Según la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE), en 2019, millones trabajaban más de 56 horas semanales y otros no llegaban a este extremo, pero la mayoría reportó haber trabajado horas extras (pagadas y no pagadas) durante su carrera o estar recurrentemente en dicha situación. En un panorama de este tipo parecía difícil encontrar la salida para romper el patrón.
Y aún así, aunque parezca una paradoja, la forma de incrementar la productividad es bajando el ritmo. Es decir, menos horas de más enfoque y metas más realistas y acotadas a cuidar no sólo el desarrollo de los proyectos, sino el bienestar de los trabajadores.
Otra estrategia es invertir en seguir impulsando las capacidades del capital humano que posean más herramientas, habilidades más desarrolladas y mayor autonomía en la resolución de las asignaciones.
Según la OCDE, los países más productivos son los que cuentan con más participación de las mujeres en la economía, más incentivos en la educación laboral, más inversión en la ciencia y tecnología, entre otros factores.
Esto nos deja mucho que pensar. Desde los griegos se valoraba el ocio como parte de la clave para la búsqueda de la sabiduría y la práctica del mejor modo de vivir.
¿Se trata de saber en dónde poner los esfuerzos y no de desgastarse más? Es una pregunta que me llevo para equilibrar también mi vida laboral.
Ida Vanesa Medina P.