Hace unos días el Informe del Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) de 2021 salió a la luz y fue comentado en distintos medios y redes causando revuelo. Finalmente, el tema ambiental parece dejar de ser un tópico de nicho para empezar a colarse en discusiones masivas. Las generaciones más jóvenes están cuestionando las condiciones del mundo que heredan.
Aún así, persiste la idea entre la población general de que el tema ambiental es una opción relacionada con gustos y preferencias. Seguimos nuestra vida llena de suficientes problemas personales y noticias sociales, pensando en el clima como la predicción del tiempo que podemos consultar antes de salir, para decidir si llevar paraguas o lentes de sol.
Esto contrasta con el incremento de noticias que nos señalan sequías, inundaciones, aumento de huracanes y otros fenómenos ambientales. Recordatorio de que el “cambio climático” más que un concepto, es una realidad. A primera vista, pareciera que la idea de unos grados más de temperatura no tendría que ser tan apocalíptica.
Pero vivimos en un planeta complejo e interconectado, en el que somos una más de las especies que lo conforman. Parte de la premisa sobre la que se sustenta la vida es la estabilidad de condiciones, lo que por milenios nos ha permitido entender los ciclos de las estaciones y los tiempos indicados para siembra y cosecha.
Hace más de 3000 millones de años, con el proceso de fotosíntesis, empezó la transformación que permitió que se multiplicara la biodiversidad de la tierra. Gracias a los organismos fotosintéticos, traducción: el helecho que tienes en tu balcón, los bosques, manglares y la flora en general de los biomas terrestres y acuáticos, tenemos una atmósfera habitable, respirable.
Esta imagen es un gran tirón a base que nos permite reconsiderar que somos un poco más que polvo y bacterias, somos tierra que camina, como me dijo hace algunos años Esperanza Martínez, bióloga y activista ecuatoriana.
Y aunque en el camino de nuestro ingenio, en el orgullo de industrializarnos olvidamos estos lazos que nos conectan con el equilibrio de la vida, seguimos siendo interdependientes y vulnerables a nuestro entorno.
No me remito a una apología de Robinson Crusoe, hablo de que nuestro tiempo de repensar nuestras ciudades, nuestra economía, nuestra cotidianidad se ha escurrido durante los años en que priorizamos intereses individuales, corporativos y de poder por sobre el bienestar general de la vida y la promesa de futuro. Hemos perdido cientos de especies en estas décadas y ahora estamos creando una oleada de desplazados climáticos.
A pesar de todo, seguimos teniendo la oportunidad conciliadora de hacer algo. Gobierno, industria y sociedad civil es una triada indispensable para accionar. Sé que es difícil pensar que aspectos como nuestra movilidad, consumo y alimentación puedan ser parte de los detonantes de una crisis, pero somos muchos, muchos más de los que éramos hace dos siglos y nuestro estilo de vida a partir de la era postindustrial es demandante.
“El metabolismo de nuestro planeta depende de cuántos somos y de qué recursos consumimos”, diría Carlos Galindo, director general de Comunicación de la CONABIO. Yo les propongo: un paso a la vez, pero inmediato, podemos ser más los que activa y continuamente tomemos rol en esta problemática y le demos un giro a nuestro futuro. Se necesitan muchos activistas imperfectos pero dispuestos a hacer el cambio.
Ida Vanesa Medina P.