Metaverso es la palabra del momento, desde que Zuckerberg días atrás anunciara que Facebook se convierte en Meta. Aunque el controvertido CEO genera sentimientos encontrados por su trayectoria de escándalos y riamos o no con el término, estamos en la orilla de otro hito potencialmente tan importante como lo fue la llegada de la agricultura, la Revolución Industrial y el Internet.
Se trata de generar todo un ecosistema en el que integraremos no sólo juegos, sino una cantidad de experiencias, transacciones y actividades cotidianas en las que, incluso, podrían estar mezclados elementos de la vida real y la virtual.
El ideal es llegar, eventualmente, al punto de lograr una sensación de inmersión total en la que este flujo esté lo más integrado a nuestra percepción sensorial y a nuestra corporeidad. Para muchos suena como un episodio de ciencia ficción. Pero está mucho más cerca de lo que imaginamos.
Hay todo un mercado multimillonario gestándose en Silicon Valley y en las grandes empresas tech que ahora dirigen al mundo. Un mercado incipiente que ya vale más de 500 mil millones de dólares, según Bloomrberg, para ser más exactos.
Y ya estamos escribiendo el prólogo de este episodio. Con una curva de adopción tecnológica acelerada por la pandemia y la revalorizada y cada vez más compleja dinámica digital que nos invita a ver a Travis Scott en concierto virtual, tener un Second Life, programar nuestros propios juegos, tener avatars con zapatillas Gucci o trabajar a distancia, en fin, pareciera que estamos construyendo un camino en el que el Metaverso es la siguiente lógica hacia la que nos dirigimos. Es un hecho que las fronteras entre la vida online y offline cada vez se desdibujan más.
Algunos pronostican una década para empezar a ver materializada esta realidad. Pero, probablemente los millennials y las generaciones precedentes sólo experimentemos una pequeña fracción del potencial del Metaverso.
No estoy segura de los plazos de tiempo. Aunque ya se están dando pasos hacia el 5G en Europa y USA, hay que contar con la abismal diferencia entre acceso al internet entre naciones ricas y pobres, una de las principales barreras para abrir paso a la masificación de este tipo de ecosistemas.
También habría que saldar el precio de la tecnología VR y la realidad aumentada, lo más cercano a este tipo de experiencias inmersivas, pero probablemente para el momento en el que esté lista la versión beta del Metaverso, la oferta de beneficios de cascos/lentes versus precios podría saldarse de manera que una mayor cantidad de usuarios lo verán como una inversión lógica.
Se como sea, estamos en medio de una transición y uno de los gestos más importantes es darle nombre. Bautizarla significa darle significado en nuestra cosmovisión, darle un espacio concreto en nuestro cerebro.
Es una sensación emocionante y a la vez perturbadora ver el potencial de la tecnología humana gestando un nuevo salto pero ya dando muestras de monopolio, uno estilo Matrix en el que nuestra data, incluidos nuestros más sutiles signos vitales y gestos, podría estar a completa disposición de estudio de una omnipresencia digital.
No dejo de pensar en la frase del neurocientífico británico Anil Seth cuando se refiere a la realidad como una “alucinación consensuada”. Se refiere a que lo que recibe nuestro cerebro es una serie de impulsos electromagnéticos y las percepciones que tenemos la mayoría sobre lo que nos rodea es lo que definimos como realidad, pero no tenemos cómo comprobarlo.
Tomando esto en cuenta, tendríamos que ir ajustando los cinturones porque estamos en curso de revolucionar lo que concebimos como realidad. No seremos los mismos después del metaverso.
Ida Vanesa Medina Padrón