“Somos lo que nos contamos” es el título de un libro de Oscar Vilarroya, médico y director de la Unidad de Investigación en Neurociencia Cognitiva (URNC) y de la cátedra “El Cerebro social” de la Facultad de Psiquiatría de la Universidad Autónoma de Barcelona. En su obra, el investigador se refiere a cómo “los relatos son la estructura mental para explicar lo que nos sucede”.
En este sentido, hablar de cosmovisión es justamente aludir a los elementos que conforman nuestra interpretación de la realidad, de todo lo contenido en ella y el espacio que ocupamos en este sistema.
Digamos que en términos de Vilarroya más que Homo Sapiens, somos Homos Narrator. Una metáfora que nos permite dimensionar cómo las narrativas son parte esencial de lo que nos hace humanos.
Esta forma de mirar al mundo la construimos tejiendo redes, en comunidad. Diría Dilthey, filósofo alemán, que la experiencia de la vida del sujeto se construye a partir de los valores y las representaciones de la sociedad en la que se mueve.
De tal modo que la cosmovisión está generalmente contenida en un contexto de tiempo y espacio. Por una parte, le pertenece al individuo pero, a la vez, es también un fenómeno sociocultural: creencias, perspectivas, imágenes, conceptos y nociones que se van afianzando en la memoria colectiva y se consolidan en el lenguaje.
Considerado esto, pensemos en los mitos, en la sabiduría popular, religiones, nuevas espiritualidades, incluso en cultura pop y en mecanismos cómo la industria cinematográfica, la publicidad, las matrices de opinión en redes…y en cómo las narrativas en el siglo XXI conviven y colisionan en el mundo globalizado en el que vivimos.
Cómo la pandemia reta nuestras creencias, nuestro sentido de la realidad y lo que consideramos “normalidad”, a la vez que detona las tensiones sociales y económicas que ya estaban subyacentes.
Habitamos en los relatos que construimos, de manera individual y transpersonal. Estas narraciones le dan coherencia a nuestra realidad y, generalmente están detrás de nuestros sesgos y de cómo nos tratamos a nosotros mismos y a los que nos rodean.
Desde pequeña siempre he encontrado en las mitologías y en las historias un pase a la mirada de otros: otros pueblos, otros tiempos, otras realidades. De adulta entendí la importancia y la responsabilidad de los comunicadores, los nuevos juglares. Aún me ilusiona la etiqueta de ser “cazadora de historias” y me sorprende cómo perpetúanos muchas narrativas, incluso tóxicas, que hemos normalizado.
Las historias que nos contamos cuentan. Pensemos en los movimientos sociales y en sus exigencias para replantear las narrativas: el feminismo, los derechos civiles, los derechos indígenas y de otras minorías cuando hablan de cambiar términos en el lenguaje, de tener representación en la cultura pop, de retar la historiografía oficial.
Finalmente, aunque el relato parece cosa de niños, es el continuo con el que escribimos nuestra existencia. Tal vez si tenemos más consciencia de ello podremos afinar nuestras líneas argumentativas para transformar nuestras realidades. En palabras bíblicas sería: “el verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”. Los relatos construyen cosmovisión y nos determinan.
Ida Vanesa Medina Padrón