Ya es bien sabido que la pandemia de covid está detonando el problema de la salud mental, pero hay que hacer énfasis en que este tema era catalogado por la OMS desde 2015 como un reto global para el siglo XXI. Para ese entonces, ya se pronosticaba que una cuarta parte de la población sufriría algún tipo de enfermedad mental durante su vida en este siglo.
Hemos visto cómo durante esta crisis gobiernos han luchando por gestionar la paradoja de Salud versus Economía para mantener a flote la estabilidad de los países: Sin salud, no hay bienestar social ni productividad; pero sin actividad económica hay más desempleo y pobreza y, por ende, se agudizan los escenarios de vulnerabilidad para muchos sectores de la población y su salud queda más comprometida.
En este loop hemos navegado los últimos meses y probablemente seguiremos un tiempo más. Es una carrera de largo aliento y vemos como toma más relevancia en medios las consecuencias a largo plazo que nos está dejando este episodio histórico.
Salud mental es el tema con el que están lidiando los contagiados, los familiares,los profesionistas de salud, los recuperados y los que aún no han pillado el virus. Nadie es inmune a este tema que en alguna medida nos está afectando a todos.
Esto nos recuerda que, a pesar de los avances y complejidades de nuestras sociedades, persisten similaridades con nuestros antepasados prehistóricos. Me explico: somos mamíferos que utilizamos la habilidad social como una herramienta evolutiva de supervivencia. En grupos y a través de la cooperación nuestros ancestros eran más exitosos en las cacerías y había más posibilidad de defenderse de los depredadores.
El rechazo social era una situación de desventaja y muerte, eso sigue en nuestro ADN y es parte de la importancia que el cerebro de los adolescentes le da a pertenecer y ser aceptado mientras está configurando la maduración de su lóbulo prefrontal. Ahora, transpolemos estas necesidades al escenario de aislamiento que vivimos en 2020 y que se extiende a este año.
Si desde la Revolución Industrial, con la migración de pequeñas comunidades a cosmopolis complejas, de dinámicas que facilitaban el aislamiento y de alimentar la idea del beneficio del individuo sobre el grupo (por lo menos en Occidente), ya empezaba a tomar un segundo plano la cooperación y la idea de comunidad sobre la identidad individual...La globalización y la explosión de las redes han propiciado una hiperconexión en la soledad, depresión y la ansiedad de estar rodeados de estándares que alcanzar.
Ansiedad y soledad, son dos de las palabras claves para unir puntos con nuestra situación actual. El COVID no sólo ha traído la idea de riesgo y nos ha recordado nuestra vulnerabilidad, también ha exponenciado estos viejos problemas que llevamos varios siglos alimentando y que son olas que crecen silenciosamente.
Ya sabíamos que la salud mental era una de las patologías sanitarias que más problemas nos traería al siglo XXI, se calculaba que para 2030 el coste de ésta a la economía mundial superaría los 6 trillones de dólares al año (más que la diabetes, el cáncer y las enfermedades pulmonares juntas).
Y, ahora, que incrementamos nuestra interacción desde pantallas, nuestro estrés y limitamos nuestro rango de desplazamiento, nuestro cerebro no distingue si estamos en el siglo XXI o si se trata de un depredador a nuestro acecho, cuando detecta algún tipo de “amenaza”, se activa una respuesta fisiológica coordinada que implica componentes autonómicos, neuroendocrinos, metabólicos y del sistema inmune, sin contar con todas las condiciones que alimentan situaciones crónicas que sólo se agudizan con el tiempo.
O evolucionamos rápidamente o el tsunami de la pandemia de la salud mental, nos espera a la vuelta de la esquina. Esperemos que la discusión y el interés sobre esta problemática compleja y multifactorial, una gestión pública que mejore la atención en esta área y tecnología que ayude a abordar de maneras novedosas nuestro cerebro y su bienestar, nos ayude a terminar de quitar el estigma alrededor y darle la profundidad que merece.
Ida Vanesa Medina P.