Es fascinante como la política está repleta de déjà vues. Al revisar un poco la historia política y electoral estadounidense de los últimos 40 años, recordé cómo ese eterno retorno en la existencia humana no cesa. En las elecciones presidenciales de 1980, en las que se enfrentaron el entonces presidente demócrata Jimmy Carter y el popular actor devenido en político, el republicano Ronald Reagan, el discurso de este último guardaba algunas semejanzas con el de Donald Trump. Pero no solo el discurso, la realidad económica, geopolítica y social de aquel entonces también compartía algunas similitudes con el contexto actual.
Doce años después del arrollador triunfo de Reagan y después de una década de absoluto control republicano en Estados Unidos, un fresco y atractivo candidato demócrata obtuvo su pase a la Casa Blanca casi con la misma receta que llevó al republicano al poder en el 80. Una vez más, la economía y el malestar social que produce la carestía jugaron un papel clave en el resultado electoral, que esta vez, en 1992, le dio el triunfo a Bill Clinton.
Ambos candidatos, Clinton y Reagan, proponían cambios, restauración de valores y el inicio de una nueva era. Desde luego, pese a las semejanzas, los contextos de uno y otro fueron distintos así como lo es el actual. Sin embargo, quiero acotar aquí la innegable repetición de algunas variables históricas, como la economía, que siempre es una montaña rusa, el malestar social y los asuntos externos que, de una u otra forma siempre terminan minando la confianza y los bolsillos de los estadounidenses.
Además de la repetición, cuando se hace un ejercicio de comparación, resulta que también encontramos un interesante efecto espejo, esta vez no con saltos en el tiempo, sino dentro de la misma línea temporal. Veamos. Es interesante observar el fenómeno electoral que ha sido Donald Trump y su movimiento MAGA, así como el resultado electoral de esta última elección porque ha removido, creo que de formas muy significativas y definitorias, al sistema de partidos estadounidense y reivindicando de paso a una clase social ignorada y subestimada por los demócratas, que pasaron de convertirse en un partido de clase trabajadora a uno de élite, económica e intelectual.
Algunos medios y periodistas liberales y progresistas, la academia y algunos demócratas autocríticos están haciendo una autoevaluación de por qué fallaron. La descripción de Bernie Sanders respecto al resultado de la elección es más que precisa, pese a que algunos liderazgos demócratas, tristemente, como Nancy Pelosi intenten minimizar la derrota. Pero la realidad es innegable: el partido abandonó a las clases medias era lógico que estás abandonaran al partido. La crisis partidista llega también al Partido Republicano que prácticamente ya no existe, ahora es MAGA y el trumpismo ¿Les suena familiar? Pensemos en México y será sencillo encontrar paralelismos.
Pero no solo con nuestro país. Con el resto del mundo occidental también. El descontento con la globalización, las democracias liberales y la clase política tradicional es generalizado. La gente está cansada de las élites, económicas, políticas e intelectuales. Ese fue el error de los demócratas. No supieron leer, no solo el malestar de su sociedad, sino el de la civilización occidental en general. Las sociedades están pidiendo cambios, algunas veces radicales y en otras con visos de profundos retrocesos, pero ello es signo de un hartazgo y con toda la razón: el sistema les falló.
Es muy pronto para saber qué clase de sistema tendrá Estados Unidos en el porvenir y qué tan profundos serán los cambios que el trumpismo pondrá en marcha, así como los efectos que eso tendrá en la geopolítica y el orden económico global. Lo que sí es claro es que la necesidad de un nuevo orden es más que tangible y considero que si el Partido Demócrata quiere sobrevivir a la resaca del 6 de noviembre, la reestructuración de su plataforma política es urgente: en primer lugar, adiós a los Clinton y a los Obama, son la representación del status quo que ahora los votantes parecen rechazar, en segundo lugar, tienen que recuperar a las clases bajas y medias y renovar liderazgos, si es que desean ser una opción política más o menos competitiva y atractiva.
Es un nuevo tiempo para las democracias liberales. Uno de enormes desafíos, casi existenciales. La clase política tiene que reinventarse, recuperar la conversación, el centro democrático, la justicia, darle soluciones a su electorado y entender que el modelo político y económico que rigió al mundo durante los últimos 40 años ya está en vías de extinción.