En repetidas ocasiones, y desde larga data, Hasan Nasralá, líder del grupo político-militar Hezbolá había alertado a sus milicianos a optar por dispositivos de comunicación alternativos al teléfono celular. La razón: temores de posible espionaje y hackeo por parte de sus enemigos. Vaya sorpresa esta semana, el martes y el miércoles para ser precisos, que una serie de detonaciones provenientes de beepers (radiolocalizadores) y walkie talkies azotó al Líbano dejando como saldo a más de 30 muertos y miles de heridos. El autor del ataque, presumiblemente, Israel.
El líder de Hezbolá ya ha respondió al ataque y ha sentenciado que “Israel ha rebasado los límites” y lo que sigue es una perorata ya por todos conocida cada vez que uno de estos países, que viven en estado permanente de guerra, se atacan entre sí. Un poco de contexto antes de continuar. Tanto Israel, como sus países vecinos, protagonizan desde hace años lo que para entendidos se conoce como “guerra de desgaste”, que consiste en una estrategia periódica de ataques y contrataques leves de baja intensidad (tit for that en inglés, o toma y daca en español) que cada cuando tienen picos o escaladas de relevancia, como la que resultó del ataque de Hamás a Israel el 7 de octubre del 2023.
En teoría, se supone que esta estrategia tiene como objetivo debilitar mental, y a veces políticamente al adversario, sobre todo si hablamos de Israel en la coyuntura actual. A eso le han apostado grupos como Hamás, Hezbolá, la Yihad Islámica e Irán. Y hasta cierto punto les ha funcionado, sobre todo si hablamos de la golpeada imagen pública del Estado de Israel tras esta atroz guerra que está por cumplir un año, que ha destrozado Gaza y que ha dejado, según estimaciones de la ONU, un saldo de más de 40 mil muertos.
Lo que ha sucedido esta semana con las explosiones vía buscadores y walkie talkies, no abona en lo absoluto a la ya diezmada imagen pública a nivel internacional de Israel, y supone además un duro golpe al grupo militar del Líbano, ya que demuestra hasta qué grado la inteligencia israelí encarnada en el poderoso, temido y muchas veces controvertido Mossad, puede infiltrarse, no sólo en Hezbolá sino en todas las agrupaciones militares que le son contrarias y vulnerarlas en algo tan crucial como su sistema de comunicaciones.
El en el interín, Hamás, Hezbolá, la Yihad y quien se vaya sumando, continúan poniendo a su gente como carne de cañón para los anzuelos que saben que Israel siempre morderá, so pretexto de que ese sacrificio agrada a Alá -y al parecer es la única vía para ejercer, a veces, una legítima defensa-. Mientras tanto, miles de personas siguen muriendo o siendo desplazadas de sus hogares, de su tierra: en ambos lados el sufrimiento no para. Y si bien es cierto que la trama de esta guerra es muy compleja, también es verdad que la tozudez de quienes la administran, la ejecutan y se benefician de ella ha derivado en una crueldad que no logro explicarme.
Porque gracias a los fanatismos religiosos, a los nacionalismos exacerbados y al irracional y criminal odio mutuo que se tiene esta naciones, la gente y el pueblo al que tanto dicen defender perece ante las insensatas detonaciones de las balas, ante la caída mortífera de misiles en casas y hospitales, ante el indolente escenario de no tener un techo, comida y abrigo para sobrevivir.
Vaya época atroz e inhumana que nos ha tocado vivir. Para muchos se trata de un reordenamiento del orden mundial, de un natural ir y venir de nuestra impronta violenta como especie, pero me pregunto si las infancias y juventudes que crecen en Gaza, en Israel, en Ucrania, en Sudán, en Siria, en Líbano, en Irán, en Bosnia-Herzegovina, en Tamaulipas, en Sinaloa y en muchos otros lugares que viven en permanente conflicto, les importa un carajo el orden global, la naturaleza humana y los intereses geopolíticos cuando su existencia transcurre en el ir y venir constante del plomo y la sangre.
Quizá peco de ingenuo…