El pasado martes 7 de octubre se cumplió un año del infame ataque que Hamás perpetró en contra de una multitud de jóvenes, en su gran mayoría judíos, que irónicamente disfrutaban de un festival musical en pro de la paz. El saldo de este atroz suceso fue de más de 1,600 muertos y cerca de 300 rehenes, de los cuáles más de una centena permanecen cautivos.
El horror no terminó ahí, desafortunadamente. Después de 12 meses del peor atentado que ha sufrido el Estado de Israel en su corta historia como nación, la respuesta en represalia ha sido implacable por parte del gobierno de Benjamín Netanyahu. El saldo del lado Palestino rebasa los 40 mil muertos. Y con la reciente escalada del conflicto hacia el Líbano, que deja la puerta abierta a Irán, las dimensiones ya no solo regionales sino globales de este despropósito son cada vez mayores.
Y mientras el mapa geopolítico se mueve de maneras perversas en este macabro juego de ajedrez, millones de personas tanto en Israel como en Palestina, ahora Líbano y mañana quién sabe quién más, sufren el dolor y la pérdida que no cesan porque a los liderazgos de la región y del mundo les importan un comino: ahí está la ONU siempre paralizada por el mecanismo del veto, ahí está Estados Unidos y sus moralinas e hipócritas reprimendas a Israel por los crímenes en Gaza mientras le sigue enviando armas y recursos y ahí esta la UE cada vez más irrelevante en la toma de decisiones a nivel global.
Y los del otro lado, aquellos que se plantan de cara a Occidente -Rusia y China principalmente- solo miran de soslayo pero con sumo interés el avance de los acontecimientos y cómo su contraparte cae una y otra vez ante sus contradicciones, su descredito y su decadencia.
Qué triste y desesperanzadora situación para aquellos que están viviendo bajo la amenaza constante de la desaparición. Qué rabia e impotencia que sus vidas dependan de las decisiones que otros toman por ellos, a veces a miles de kilómetros de distancia. Qué frustración y desconsuelo que se te juzgue y odie solo por ser quién eres o por decisiones que tú no tomaste.
Esta guerra, cuyo desenlace no parece muy cercano y más allá de los objetivos de uno u otro bando, deja de manifiesto lo terriblemente poderoso que es el odio. Lo terriblemente poderosos que son los discursos que ponderan nuestras diferencias y el terrible daño que hacen, y cómo este se arraiga en quienes lo sufren, cómo se reproduce generación tras generación, y cómo eso solo genera más odio y resentimiento.
Lo que estamos viendo es una repetición en cadena del encono entre varios pueblos que si se mirarán a los ojos con un poco más de compasión y empatía, quizá podrían, por lo menos, respetar el derecho que cada cual tiene a existir.
Desafortunadamente, a los seres humanos nos ciegan una serie de prejuicios y conceptos preconcebidos sobre nosotros mismos y sobre los demás.
La mayoría de las veces estas ideas poco tienen que ver con la realidad. Y la mayoría de las veces somos incapaces de ver más allá, y de querer hacerlo.
Hoy, miles, millones de personas en Gaza, Israel, Líbano, Siria, Ucrania… y muchos países más, lloran injustamente a sus muertos gracias a la infamia de gente, que a pesar de no ser muy diferente a ellos, humanos al final de cuentas, ha decidió quién vale la pena vivir y quién no.
Vaya época que nos está tocando vivir…